En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Esther García Llovet.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Elegiría una playa de
Fuengirola donde veraneaba en los 70, ahora llena de ingleses borrachos que en
algún momento creyeron que la Costa del Sol era el paraíso, y no les faltaba
razón.
¿Prefiere
los animales a la gente?
Prefiero la gente pero de
una en una.
¿Es
usted cruel?
Con los manipuladores. Sí.
¿Tiene
muchos amigos?
Muchos; mis amigos son mi
familia, mi calle y mi casa.
¿Qué
cualidades busca en sus amigos?
La espontaneidad, la
bondad. Antes la inteligencia, pero creo que está sobrevalorada; la bondad sin
embargo me parece un ejercicio de voluntad que valoro siempre. Y el sentido del
humor, claro. De los pedantes y los intelectuales huyo como de la peste.
¿Suelen
decepcionarle sus amigos?
Para eso ya estoy yo.
¿Es
usted una persona sincera?
Con las personas más
cercanas, siempre.
¿Cómo
prefiere ocupar su tiempo libre?
Caminando, con amigos, en
el cine, leyendo. No por ese orden.
¿Qué
le da más miedo?
La cobardía.
¿Qué
le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandalizo cada dos por
tres, luego se me pasa enseguida. Lo más reciente ha sido pagar dos euros
quince por un viaje de metro en Barcelona, que me ha parecido una salvajada
–para los barceloneses, claro.
Si
no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Abrir un bar de whisky,
algo que no descarto. Ser oceanógrafa, que tampoco. Ver pasar ballenas desde un
catamarán en el estrecho de Algeciras.
¿Practica
algún tipo de ejercicio físico?
Muchísimo; camino, corro,
cada vez me cuesta más trabajo estar sentada, que no trae nada bueno.
¿Sabe
cocinar?
Tostadas de jabón.
Si
el Reader’s
Digest le encargara escribir uno de esos
artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Elegiría a una castañera
que tenía el puesto en la plaza de Quevedo de Madrid, que iba siempre
arregladísima, muy bien teñida y guapa, la faraona de las castañeras.
¿Cuál
es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amistad.
¿Y
la más peligrosa?
Los discursos vacíos me
parecen peligrosos siempre aunque solo sea por el tiempo que nos hacen perder.
¿Alguna
vez ha querido matar a alguien?
Todos los días, cuando voy
por Preciados y Carmen. No me gustan las aglomeraciones.
¿Cuáles
son sus tendencias políticas?
Izquierda moderada.
Si
pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
¿Atleta? Sí. Lucha
grecorromana.
¿Cuáles
son sus vicios principales?
La pereza. Los cambios de
humor, a veces. La impaciencia.
¿Y
sus virtudes?
La empatía. Me gusta
escuchar.
Imagine
que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían
por la cabeza?
¿La de nadar hacia la
superficie, por ejemplo?
T.
M.