viernes, 16 de mayo de 2014

Entrevista capotiana a Esther García Llovet

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Esther García Llovet.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Elegiría una playa de Fuengirola donde veraneaba en los 70, ahora llena de ingleses borrachos que en algún momento creyeron que la Costa del Sol era el paraíso, y no les faltaba razón.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero la gente pero de una en una.
¿Es usted cruel?
Con los manipuladores. Sí.
¿Tiene muchos amigos?
Muchos; mis amigos son mi familia, mi calle y mi casa.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La espontaneidad, la bondad. Antes la inteligencia, pero creo que está sobrevalorada; la bondad sin embargo me parece un ejercicio de voluntad que valoro siempre. Y el sentido del humor, claro. De los pedantes y los intelectuales huyo como de la peste.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Para eso ya estoy yo.
¿Es usted una persona sincera? 
Con las personas más cercanas, siempre.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Caminando, con amigos, en el cine, leyendo. No por ese orden.
¿Qué le da más miedo?
La cobardía.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandalizo cada dos por tres, luego se me pasa enseguida. Lo más reciente ha sido pagar dos euros quince por un viaje de metro en Barcelona, que me ha parecido una salvajada –para los barceloneses, claro.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Abrir un bar de whisky, algo que no descarto. Ser oceanógrafa, que tampoco. Ver pasar ballenas desde un catamarán en el estrecho de Algeciras.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Muchísimo; camino, corro, cada vez me cuesta más trabajo estar sentada, que no trae nada bueno.
¿Sabe cocinar?
Tostadas de jabón.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Elegiría a una castañera que tenía el puesto en la plaza de Quevedo de Madrid, que iba siempre arregladísima, muy bien teñida y guapa, la faraona de las castañeras.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amistad.
¿Y la más peligrosa?
Los discursos vacíos me parecen peligrosos siempre aunque solo sea por el tiempo que nos hacen perder.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Todos los días, cuando voy por Preciados y Carmen. No me gustan las aglomeraciones.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Izquierda moderada.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
¿Atleta? Sí. Lucha grecorromana.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La pereza. Los cambios de humor, a veces. La impaciencia.
¿Y sus virtudes?
La empatía. Me gusta escuchar.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
¿La de nadar hacia la superficie, por ejemplo?

T. M.