jueves, 19 de junio de 2014

Huéspedes de una guerra


Hotel Florida, en la plaza Callao, cerca del edificio de Telefónica, fundado en 1924; diez plantas lujosas con mármol blanco y calefacción central, “al lado de las tiendas elegantes de la Gran Vía”; un lugar, pues, como relata Amanda Vaill en este extraordinaria crónica de la Guerra Civil española tomando como eje ese punto de la ciudad de Madrid, de “primera categoría situado en un vecindario exclusivo” y que “se había convertido en un refugio para un grupo abigarrado y políglota de periodistas extranjeros, pilotos franceses y rusos, así como de una variada gama de damas de la noche”. Por allí pasarán tres parejas decididas a informar sobre el conflicto: “Hemingway y su compatriota y también escritora Martha Gellhorn; los fotógrafos Robert Capa y Gerda Taro; y Arturo Barea e Ilsa Kulcsar, encargados de la oficina de censura de prensa extranjera de Madrid”.

Para todos ellos la guerra será un punto de inflexión decisivo tanto en su vida más íntima como en su trayectoria profesional; el afán por la aventura les corre a los seis por las venas, parecen desconocer el miedo y se propondrán desentrañar “la verdad” de lo que empezó en julio de 1936. Un vibrante y conciso prólogo contextualiza el periodo que se abordará a partir de bloques ordenados cronológicamente, hasta marzo de 1939: aparece Franco a bordo de un avión desde Inglaterra de camino a Tetuán, y se exponen las diferentes tensiones sociopolíticas que vive la España de la época. Con todo, Vaill asegura, humildemente, no pretender realizar un libro de historia sino seguir las huellas de sus personajes, aunque acaba haciéndolo, y con gran brillantez, ya que en paralelo a los antecedentes, decisiones y movimientos de los escritores y artistas elegidos, en la medida en que afectan a éstos se describen los frentes más importantes, los bombardeos más sangrientos, las estrategias político-bélicas durante esos terroríficos tres años.

Un rasgo común los une: cada uno participa en la guerra diciéndose que una nueva vida –en contraste con la anterior, frustrante, o presidida por el peligro y la huida, o el desamor y el dolor– es posible. Empezar de cero, dice Vaill cuando habla del anhelo de Gerta Pohorylle, la alemana que se rebautizará como Gerda Taro al lado del húngaro Robert Capa (seudónimo de André Friedmann), para quien España será la plataforma de su éxito internacional como fotógrafo a partir de la instantánea “Muerte de un miliciano”. Hemingway, que se dedicaba a pescar y cazar en Florida y Wyoming, lamentando que sus últimos libros no despertaban tanta atención como antes, escribirá la aclamada “Por quién doblan las campanas” –“Su obra siempre se había basado en su experiencia personal, y ahora necesitaba desesperadamente material nuevo”, leemos– en esta época en que rompe con su esposa Pauline y disfruta de la sofisticada Martha Gellhorn, a la que ayuda en su carrera literario-periodística.

No en balde, “con millones de lectores, espectadores y oyentes pendientes de las noticias que se difundían por la radio, los documentales, los noticieros cinematográficos y las revistas ilustradas, España se convirtió en el lugar donde se podían forjar grandes reputaciones o incluso grandes fortunas”, afirma Vaill. No importa si para ello es necesario acudir a Valencia, Madrid, Barcelona, Aragón, Guernica, allá donde el peligro esté palpitando más intensamente; Capa busca tomar fotos “sin pensar en su propio riesgo”. Arturo Barea, con la que se convertirá en su amante, Ilsa Kulcsar, periodista austriaca, militante socialista y traductora, estará a punto de perder la vida en distintas ocasiones hasta que se exilie con ella definitivamente en Londres... En este sentido, Vaill retrata fidedignamente cómo en cualquier momento el vecino podía ser un traidor y la muerte podía tocarte a ti en el instante más inesperado, como sin ir más lejos le sucederá a un miembro de este particular sexteto.

Destaca por supuesto, por sus jugosas anécdotas, este Hemingway hastiado de permanecer en Cayo Hueso, donde se da la gran vida gracias al dinero de su mujer y que va preparando a fuego lento su salto a la Península, tras confesarle a un amigo: “Aquí no me ocurre nada y tengo que salir. En España es donde quizá haya empezado de nuevo el gran desfile”. Y así, como los otros, pasa por el hotel Florida, lleno de corresponsales que enviaban sus crónicas a medios europeos y americanos: testigo silencioso de tantas historias y que en el volumen se asoma sólo tangencial y simbólicamente a través de la prosa magistral de Vaill, que nos introduce con vivacidad desbordante en el romanticismo de los amores y desencuentros que los seis vivieron, así como en la desesperación de una tragedia descomunal a la que, por cierto, el edificio sobrevivió. Hasta que fue derruido en 1964 para poner en su sitio un famoso centro comercial.


Publicado en La Razón, 19-VI-2014