He aquí a un hombre
que protagonizó en primera línea algunos de los mayores horrores bélicos del
siglo XX, incluso llegando a ser un héroe nacional condecorado, para luego
llevarlos al papel en forma de novelas o ensayos. Y todo desde muy pronto: su
alistamiento secreto en la Legión Extranjera francesa, a los diecisiete años,
le inspiraría la novela «Juegos africanos», que Tusquets publicó hace diez años
y en la que su alter ego describía las miserias de los soldados destinados en
Argelia. Aquella breve experiencia marcaría el perpetuo deseo de aventura de
Ernst Jünger, que a la vuelta se iba a preparar para la Gran Guerra.
No hay nadie que
haya escrito tanto sobre los dos conflictos mundiales in situ. Con respecto al que ahora nos atañe, y después de que nos
llegara su «Diario de guerra», inédito hasta 2010 –extraído de 15 pequeñas
libretas de apuntes que el autor conservó sin intención de publicar–, llega
otro texto de un Jünger joven, de nuevo de fuerte carácter autobiográfico,
mediante un alma gemela, el teniente Sturm, que como él era estudiante de
Zoología antes de alistarse, que como él leía y escribía en las trincheras
sobre lo que en parte había quedado atrás –la sociedad, el Estado– y lo que
tenía alrededor: ayer, un soldado suicida hoy, el fuego de las ametralladoras
lejanas; mañana, apuntar con el rifle al enemigo. Y todo ello mezclado con el
objetivo que los soldados «inconscientemente buscaban en la bebida y en sus
conversaciones literarias y eróticas: huir del tiempo».
El propio Sturm
colabora para que evadirse de la muerte por momentos sea posible, leyéndoles
las narraciones que va escribiendo en el frente de Flandes a sus compañeros.
Novela corta notable ésta de inicio insuperable, recreando el día a día
guerrero, donde la acción y el intelectualismo se balancean en un atractivo
equilibrio que divide a cada personaje en humano y bárbaro a partes iguales.
Publicado en La Razón, 12-VI-2014