En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Víctor Peña Dacosta.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Supongo
que la mansión Playboy no sería una mala opción. Si no fuera posible, me
conformaría con un palacete medio con calefacción, aire acondicionado y conexión
a internet, con teléfono (para poder encargar comida china, principalmente) y una
biblioteca y un mueble bar de dimensiones pantagruélicas. Y, si consiguiera
controlar sus irrefrenables impulsos de viajar (cosa que dudo) o si a ella se
la permitiera salir de vez en cuando (lo que no sé si quebranta las reglas),
con mi novia.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de
qué gente y qué animales: por ejemplo, Chaak, el perro de mi hermana, me cae
mejor que la mayoría de personas que conozco y opino que si en los últimos años
hubiéramos sido gobernados por un cocodrilo, un ornitorrinco o un periquito,
ahora mismo no estaríamos tan mal.
¿Es usted cruel?
Sinceramente,
la crueldad solo se manifiesta en mi organismo en momentos de extrema resaca.
Entonces, yo confieso, puedo llegar a adoptar modos de psicopatilla kamikaze. Pero
es un defecto que estoy intentando corregir, en parte por no hacer daño a las
personas que quiero y en parte por no tener que dejar de beber.
¿Tiene muchos amigos?
Según Facebook sí.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sobre todo, que sean
buenas personas. Pero, ya puestos a pedir, me gustaría que estén conmigo las
escasas veces en que les necesito y que sepan hacer mutis por el foro a la
tercera o cuarta indirecta cuando no es así.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Jamás.
¿Es usted una persona sincera?
No.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Procrastino con un
tesón admirable, principalmente navegando por internet, escuchando música,
leyendo, viendo documentales, películas o partidos de fútbol (actuales o
viejunos) o repitiéndome que debería tomar las riendas de mi vida y dejar de
perder el tiempo.
¿Qué le da más miedo?
Prácticamente
todo. Que es, más o menos, lo mismo que me da esperanza o me divierte, a veces
por razones parecidas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
El cinismo de
nuestra sociedad, la hipocresía de nuestros medios de comunicación y la
avaricia sin medida mientras el prójimo
se muere literalmente de hambre y miseria.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
No he
decidido ser escritor ni llevar una vida creativa: trabajo como profesor de
Secundaria (como dice el Gran [Manuel] Vilas: “hace frío fuera del mercado
laboral”). De no dedicar parte de mi tiempo a escribir y leer cosas que,
supuestamente, me valdrán para escribir, supongo que tendría algún otro hobby o
pasión que no me alejara de mis verdaderos objetivos en la vida: intentar ser
un profesor digno, un hijo decente, un amigo fiel y un amante generoso.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Solo en el
dormitorio.
¿Sabe cocinar?
Sabía, pero mi novia
lo hace tan bien que he acabado por encargarme de la limpieza, decisión con la que
hemos salido ganando todos menos la limpieza.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Manuel Chaves
Nogales, ejemplo de ética profesional llevada al extremo y de periodista
insobornable por encima de intereses e ideología, es decir, un personaje casi
de ciencia ficción al que, además, debo mi actual puesto de trabajo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Cholismo.
¿Y la más peligrosa?
Fanatismo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Claro.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Considero que el
mundo es injusto y me preocupa la desigualdad pero no hasta el punto de morir
ni matar por ella. Es decir, aunque supongo que los familiares y amigos que
sufren mis continuas palizas sobre política no estarían de acuerdo, soy, como
la mayor parte de los que leen esto, una persona que peca de indiferencia y,
por tanto, de egoísmo. Por concretar un poco más, deambulo entre la extrema
izquierda y la indiferencia más exacerbada, llegando a caer en un burgués
conformismo socialdemócrata de andar por casa en los momentos de mayor
escepticismo. No me lo tengan en cuenta.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me
gustaría ser yo con diez años y cinco kilos menos y tres o cuatro centímetros
más.
¿Cuáles son sus vicios principales?
“Todo goce comienza
en la autodestrucción” dicen que decía Panero citando a Artaud… Voy a decir
“comprar libros”.
¿Y sus virtudes?
No soy tan imbécil
como a simple vista podría parecer.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La verdad es que me
cuesta pensar en imágenes, pero tengo preparada una “Deadlist” para el momento
de mi muerte (si me pilla en casa y en condiciones) o mi funeral, si mi novia
me permite la mamarrachada hipster
póstuma. Por elegir una canción que quepa en el tiempo que calculo a un
ahogamiento medio, “For the good times” en la versión de Johnny Cash, “Dress
sexy at my funeral” de Smog o, qué narices, aunque muera antes y me quede a
medias “You can´t always get what you want” de los Rolling Stones o “El hombre
que casi conoció a Michi Panero” de Nacho Vegas. Si, de nuevo, estoy
incumpliendo las reglas y tengo que ceñirme a imágenes, me gustaría que pasara
un greatest hits de mis mejores
momentos como ser humano, pero la mente es caprichosa por naturaleza y no puedo
asegurar que no aparecieran el gol de Miranda al Real Madrid que nos dio una
Copa o el de Godín al Barcelona que nos hizo ganar la Liga más difícil de la
historia: mi vida en un saque de esquina.
T. M.