En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de
Mauricio-José Schwarz.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
París,
probablemente. Aunque temo que mi inquietud podría llegar a hacerme querer incluso
dejar París, es una ciudad que me parece inagotable.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de
los animales y depende de la gente. Claro que prefiero la compañía y cercanía
de mi perro que las de muchas personas que conozco. Pero no llego a la
misantropía: siempre salvaría a un niño humano antes que a un animal no humano.
¿Es usted cruel?
No, no
intrínsecamente. Todos pensamos en ocasiones en hacer algo cruel, pero nunca lo
llevamos a cabo y solemos avergonzarnos de nuestra idea.
¿Tiene muchos amigos?
No. Nunca los he
tenido. Tampoco los he necesitado. Funciono bastante bien en solitario.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Inteligencia e
integridad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Es muy infrecuente
porque los suelo conocer bien, lo que quiere decir que cuando fallan en algo no
es sorpresa, sino parte del panorama normal. No me decepciona porque sé que iba
a pasar, pero me cabrea. Estoy convencido de que si alguien nos decepciona, la
culpa es nuestra por crearnos expectativas irreales.
¿Es usted una persona sincera?
Mucho, no
soy dado a diplomacias, cortesanía y besamanos. Esto lleva a que se me
considere en muchos casos descortés y maleducado.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Escuchar música,
leer, tomar fotografías y ver televisión, documentales, series y dibujos
animados, sobre todo.
¿Qué le da más miedo?
El dolor,
que es obvio, y la pérdida de la libertad y la independencia. Precisamente por
mi tendencia a ser un solitario en gran medida autosuficiente, la dependencia
es una perspectiva temible.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
La capacidad de
mentir de quienes viven precisamente del engaño ajeno, aún no logro
acostumbrarme al espectáculo del mentiroso descarado. La violencia también lo
consigue.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Probablemente
investigación en comportamiento animal y humano. Fue un tema que me apasionó en
mi adolescencia y al que le dediqué muchísimo tiempo, pero al final lo dejé
para dedicarme a la música, la literatura y el periodismo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
No. Y
debería.
¿Sabe cocinar?
Una gama limitada de
platos, pero con control total sobre el resultado.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Quizás mi tío
Carlos. Era un hombre pequeñito, que tenía una tienda de pintura y había
dedicado su vida a una hija nacida con una grave discapacidad. Me enseñó mucho sobre
política y honestidad mientras yo ayudaba en la tienda despachando litros de
aguarrás, brochas y botes de pintura. Incorporaba todas las contradicciones del
México del siglo XX, muchas de sus virtudes y pocos de sus vicios.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Mañana.
¿Y la más peligrosa?
Dios.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Con seriedad no lo
creo. Es fácil expresar las palabras “lo mataría” o similares, pero su paso a
un deseo real es un compromiso demasiado intenso.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Izquierda
libertaria, socialdemócrata, antiautoritario y convencido de que los derechos y
las libertades no se contraponen sino que se complementan.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cantante.
De rock, se entiende.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La Coca-Cola, los
debates en red, el trabajo y la música.
¿Y sus virtudes?
Ser fiel a
mis principios y leal a la gente que quiero. Creo. Aclaro que creo que nadie hace
un buen trabajo describiendo sus propios vicios y virtudes porque finalmente
está haciéndose un homenaje a sí mismo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Demasiadas como para
enumerarlas, desde preescolar hasta la semana pasada. Pero lo interesante es
haber descubierto que, en realidad, nuestros recuerdos privilegian momentos,
frases, imágenes que se quedan cuando todo lo demás se ha difuminado. Saber que
no tenemos una historia continua, sino un álbum de instantáneas que hacen que
valgan la pena los huecos de los que no recordamos mucho.
T. M.