Meses
atrás, conocíamos una auténtica maravilla titulada «Yo soy Espartaco. Rodar una
película, acabar con las listas negras» (Capitán Swing Libros) en la que Kirk
Douglas rememoraba las circunstancias del rodaje de «Espartaco», estrenada en 1960.
Este trabajo no podía disociarse del Comité de Actividades Anti-estadounidenses
que, impulsado por el gobierno de McCarthy, había condenado a nueve guionistas
y a un director de cine ─conocidos como «Los Diez de Hollywood»─ por ser
sospechosos de comunistas. Uno de ellos era Dalton Trumbo, el guionista mejor
pagado de la época, que en cuanto salió de la cárcel en 1950 sólo pudo retomar
su labor con seudónimo. Estar en las litas negras de la industria del cine era
la entrada al ostracismo, y Douglas, en sus funciones como productor y
protagonista del filme, lo ayudaría colocándolo en los créditos, devolviéndole
así la dignidad perdida.
José Luis
Piquero traduce esta obra asombrosa, incomparable, publicada en 1939, de
exigencia artística máxima, el relato más duro que probablemente pueda leerse
al respecto de lo que puede hacer la violencia de la guerra en el cuerpo de un
hombre; es una prosa sin comas, con la que Trumbo hace fluir el pensamiento,
las percepciones del joven protagonista, el soldado Joe Bonham, que recibe el
impacto de un obús en las trincheras, en un momento dado durante la Primera
Guerra Mundial, y se despierta en un hospital («Entonces cayó en la cuenta.
Eran médicos que habían venido a examinarlo», pág. 180). Ha perdido los
sentidos, no tiene extremidades. «Johnny empuñó su fusil» es el seguimiento de
descubrir tal atrocidad, con flashbacks a su vida en una ciudad de Colorado y a
su relación con su novia Kareen. El argumento y la disposición textual son
fabulosos para un registro literario, y es interesante ver cómo el propio
Trumbo adaptó su obra al cine, en 1971, en una suerte de monólogo desesperado
del pobre soldado, una mente que surge desde una sábana que tapa lo poco que le
queda de cuerpo; verdaderamente, una experiencia impactante tanto en papel como
en celuloide.
Incluso
lo son los prólogos de las ediciones de 1959 y 1970, en los que Trumbo cuenta
las reacciones de la gente y la política tras la aparición del libro, en primer
lugar, y luego habla de modo desolador de los miles de muertos de Vietnam,
cuyas cifras nos han deshumanizado. Javier García Sánchez, en el epílogo,
define la lectura de «conmoción espiritual», un «tsunami de emociones», y glosa
la figura de Trumbo como de un «maldito» que «es un vivificante ejemplo de
resistencia y de oposición al sistema, a todos los sistemas basados en la
injusticia». No puede tener más razón cuando advierte la empatía que se activa
a medida que conocemos la voz de Joe en su particular ataúd, sólo esperanzado
gracias a una enfermera sensible y atenta; lograr ese efecto mediante un texto
literario es en verdad magnífico.
Publicado en La Razón, 5-III-2015