He aquí la mixtura entre un John Irving y un García Márquez, entre la desinhibición sexual y biografía tan excepcional como carismática de los personajes del norteamericano y la magia de los sucesos, personal que vuelve trascendente su entorno, que impera en el colombiano. Jan Kjærstad consigue en «El seductor» (traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo) un texto de una vivacidad magnífica, potente y nostálgico, meramente entretenido y hondo a la vez mediante su protagonista, Jonas Wergeland, cuya peripecia desde la infancia hasta uno de sus momentos preñados por la tragedia con la que se abre y cierra la novela –el enigmático asesinato de su mujer en casa– nos es narrada como la de un ser único que cambió su mundo inmediato y el de todo un país mediante la creación de un innovador programa televisivo.
De hecho, «El seductor» podría ser la «gran novela noruega» en el sentido de que desgrana su historia reciente, su fauna humana, sus costumbres, sus defectos y aciertos, pero también una novela internacional que empieza en la Exposición Universal de Sevilla y acude a África, China, Austria, Buenos Aires, Tombuctú y Nueva York, entre otros sitios, al hilo de las aventuras del intrépido Jonas. También es el relato de un hombre para el que todo es posible, que en el viajar y el escuchar fabrica su modo de llegar al éxito y en seguida es descrito, indicando la singularidad de la maravilla que el lector está a punto de disfrutar, como un «discípulo del “Kama sutra”, defensor de las Comores y (…) socorrista». Así, la intimidad erótica (por algo es sobrino de una mujer que «viajaba para ver –y lo digo sin tapujos– todos los penes del mundo»), y ese programa de historia y entrevistas que hipnotiza a los noruegos de toda una generación llevarán al héroe a la idea de «que todos los países contienen el mundo entero. Y que el mundo entero contiene a Noruega»; a una mirada de la vida, en suma, localista y universal en la que hoy todos nos sentimos identificados.
Publicado en La Razón, 2-IV-2015