Que una mujer, a finales del siglo
XVIII y comienzos del XIX, escribiera de asuntos literarios y políticos y
que, además, fuera muy tenida en cuenta por buena parte de la mejor
intelectualidad europea, ya indica la magnitud del personaje al que nos estamos
refiriendo y que ahora es objeto de una extensa biografía. Anne-Louise-Germaine Necker, más
conocida como Madame de Staël, llegó
a ser famosa por su salón literario, por unos ensayos que no desdeñaban
cualquier tema polémico, como el caso de sus “Reflexiones sobre el suicidio”,
publicadas en 1813, pero también por sus amistades influyentes, por sus
amantes, por el trato infame que recibiera de Napoleón, por una vida
privilegiada como testigo de los acontecimientos más convulsos de la Francia de
su tiempo. Xavier Roca-Ferrer (Barcelona, 1949), especialista en literatura
clásica china y japonesa, ganador del Premio Josep Pla en 1993 y traductor al
castellano y catalán del “Ievgueni Onegin” de Pushkin, ha incursionado en los
años que le tocó vivir a la que da en llamar “madre espiritual de la Europa
moderna”, 1766-1817, en “Madame de Staël, la baronesa de la libertad”
(editorial Berenice).
El libro se abre con diversos epígrafes, los dos primeros
firmados por la propia Madame de Staël; en el primero, reconoce cómo “mi genio
es mi pasión”, y en el segundo, dirigido a Chateaubriand, afirma: “Siempre he
sido la misma: alegre y triste; he amado a Dios, a mi padre y la libertad”. Las
dos citas son realmente indicativas del carácter de un personaje en continua
meditación, consciente de sus talentos e inquietudes, y de firmes principios.
El reconocido amor al padre no será una mera frase hecha, sino reflejo de un
auténtico enamoramiento, como explica Roca-Ferrer en el primer capítulo,
titulado de forma significativa “El idilio imposible”. En él, aparece en el
seno de una familia burguesa, hija única del economista y filántropo Jacques
Necker, ministro de Luis XVI, y de la bella y severa Suzanne Curchod, quien
acogería en su salón parisino a personalidades tan insignes como Diderot y
D’Alembert, los impulsores de la Enciclopedia, más gramáticos, filósofos,
historiadores y críticos literarios, y que no tendría con su hija precisamente
una relación estrecha, dado su “temperamento gélido y neurótico” y estar
“obsesionada por la idea de su propia muerte” (su cadáver, como era su deseo,
sería conservado en una bañera en alcohol hasta que su marido pudiera reunirse
con ella en un panteón).
La pequeña Louise también tendrá su particular obsesión,
edípica, hasta el punto de desear suicidarse si su padre moría antes (lo haría
en 1804, y hasta entonces se intercambiarían cartas llenas de ternura), cuando
se enamore de él a los trece años. «La gran tragedia de la vida de Mme. de
Staël, según repitió hasta la víspera de su muerte, fue “no haber podido
casarse con su padre”», señala el biógrafo. Lo haría en 1786, mediante un
acuerdo totalmente calculado para la garantía de un buen estatus social, con el
embajador de Suecia ante la corte de Versalles, Eric Magnus, barón de
Staël-Holstein, en un momento en que la novia, que se hizo llamar desde
entonces Germaine, “tenía veinte años y ya era aclamada en los círculos en los
que se movía no sólo por ser hija de quien era, sino por su fuerte
personalidad, su brillante conversación y los escritos que ya había empezado a
dar a conocer”.
Roca-Ferrer comenta su poco atractivo físico y su terrible
forma de vestir, la cual cosa no sería impedimento para que tuviera un “gran
poder de fascinación sobre los hombres”. Por supuesto, el matrimonio sería
desgraciado, tanto en lo amoroso como en lo intelectual, y Madame de Staël se
consagraría a su otra pasión, la escritura, que derivaría en relaciones íntimas
extramatrimoniales; de hecho, sólo el primero de sus tres hijos fue del barón
(en 1787, pero moriría antes de cumplir los dos años). Y es que la baronesa
hizo lo que estuvo en su mano por hallar la felicidad y al parecer nada la
detuvo, siempre con un deje de superioridad frente a los demás y una habilidad
para la conversación que todos tildaban de insuperable: “Después de amar y ser
amada (a su manera, claro está), nada la apasionaba tanto como conversar”. La
cultura, la política y el amor se irán conjugando; su primer amante (o tal vez
sólo llegaron a ser amigos) será un magnífico conversador precisamente,
Talleyrand, obispo de Autun y más tarde mano derecha de Napoleón, el primero de
una lista en la que destaca el gran escritor Benjamin Constant, el interlocutor
de su vida, según Roca-Ferrer.
El libro sumerge al lector en la “anarquía financiera y
administrativa” en la que París estaba sumido, lleno de motines,
manifestaciones, movimientos políticos enfrentados y al borde de la guerra. En
todo el proceso se implicó Madame de Staël en medio de sus amoríos, como
Narbonne, ministro de la Guerra, y sus escritos, como el opúsculo de 1793
“Reflexiones sobre el proceso de la reina”, en defensa de María Antonieta, en
paralelo de planes suicidas, sobrellevados gracias a “su propia actividad
febril y el opio, que ya había sido el consuelo de su madre”. En 1797 sella su
amor con Constant en un documento de entrega romántica total; conoce a
Napoleón, en el que confía al principio por más que él no le hace caso, y le
dedica unas páginas laudatorias. En no pocas ocasiones, sin embargo, Madame de
Staël escribe sobre otros para pensar en sí misma, como en su debut como
autora, con un libro sobre Rousseau, y con tal vez sus obras más aplaudidas,
“De la literatura” y “Alemania”, obra que Napoleón ordenaría destruir en 1810 y
que estaba inspirada en su viaje a esas tierras en las que había conocido a
Goethe, Schiller y Wilhelm Schlegel, que se enamoraría perdidamente de ella (al
final el libro vería la luz en Londres tres años después).
Por entonces, la idolatría de Staël hacia el militar hacía
tiempo que se había convertido en odio, primero por no haber tenido en cuenta
sus opiniones políticas y, sobre todo, después de que se la obligara a salir de
París acusada de un libelo contra la Constitución francesa. El egocéntrico
emperador no se olvidaría de ella, e incluso desde Santa Elena, hablaría del
“círculo de Coppet” contra su persona, en referencia a la localidad suiza donde
vivió durante seis años el trío formado por Staël, Constant y Schlegel a partir
de 1804, y desde donde la pensadora viajó por toda Europa divulgando sus ideas
de libertad (en Rusia, Italia, Suecia, Austria…). Roca-Ferrer sigue los pasos
de la baronesa con minuciosidad, sus relaciones intensas con hombres de todo
tipo y la dedicación a sus novelas y ensayos, hasta que el establecimiento de
la Restauración hace que pueda volver a París. Pero su salud flaqueaba, el opio
la carcomía, acusándolo el corazón y el estómago, y su fin, precoz, poco
después de padecer un ictus cerebral, dejará “un vacío irreparable en el
pensamiento y las letras francesas de su época”.
Publicado en La Razón,
5-IV-2015