viernes, 10 de abril de 2015

Entrevista capotiana a Carlos Fonseca

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Carlos Fonseca.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Juntaría a todos mis amigos y a mi familia en un enorme palacio de oligarca ruso y cerraría la puerta. Sería algo así como unas vacaciones permanentes que estoy seguro traerían consecuencias de ciencia ficción.   
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero a la gente, aún cuando a veces la distinción no esté muy clara. Eso sí, me fascina la elegancia de los caballos. Creo que todos debemos aspirar a esa elegancia vigorosa, sutil y frágil.   
¿Es usted cruel?
Para nada. Aunque tal vez, como creo le pasa a todos los tímidos, la misma timidez termina por traicionar mis mejores intenciones.
¿Tiene muchos amigos?
Muchos, sí. Lo que pasa es que viven por todas partes y no paran de moverse. Pero sé que siempre anda por ahí y son legión.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
He terminado por entender que busco algo extraño, paradójico. Busco amigos fieles pero de una sinceridad brutal. Importa también el humor y que sepan reírse de mis chistes, lo cual a veces no es fácil.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Y espero yo tampoco decepcionarlos a ellos. Me gusta la idea de la amistad como una pequeña mafia, una familia impuesta que se defiende entre sí en todas las condiciones.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, soy sincero. Imagino que todas las mentiras las suelto cuando escribo. Como decía el gran Juan Carlos Onetti en el primer punto de su decálogo: “Mientan siempre.”
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, viendo las maravillas de Messi y el Barça y caminando sin rumbo. Me gusta también ver obsesivamente y repetidamente las películas de la gran Lucrecia Martel. Como a todo el mundo, me divierte estar con la familia, con mi esposa y con los amigos. Y luego vuelvo a ver otra película de la gran Martel.
¿Qué le da más miedo?
La falta de forma. Lo informe me da un terror absoluto. Pero siento que hay que exponerse a lo informe, para poder llegar honestamente hasta la forma.  
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandalizan muchas de las cosas que la gente dice creer. Me escandaliza pensar que, más allá de pretender creerlas, realmente las crean. Me escandaliza por otra parte, la idea de que pensando así, podría llegar uno a no creer en nada. Me escandaliza, en este sentido, tanto la ironía como la religión.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
De joven siempre juré que sería matemático. En algún momento me di cuenta que no llegaría al nivel adecuado y me retiré prematuramente. Imagino que, de nos ser escritor, hubiese retomado esa antigua pasión. Algo tiene la escritura de ese oficio autista que es la matemática.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Pocas cosas me ayudan más al momento de escribir una página que ir al gimnasio. Los demás miembros deben pensar que soy un loco pues siempre llevo conmigo un cuaderno en el que, entre ejercicio y ejercicio, esbozo las ideas que me llegan. Me interesa mucho esa relación entre el estado corporal y la escritura. La escritura tiene mucho de diario disfrazado.
¿Sabe cocinar?
Solo un plato y siempre queda delicioso. O por lo menos a mi esposa le gusta: una corvina al horno con tomates y cebollas. Con eso basta.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Elegiría a aquel loco maravilloso que fue el arquitecto Sir John Soane quien, luego de dar por terminada la construcción de su obra maestra, El Banco de Londres, le pagó al pintor Joseph Gandy para que pintase la estructura en ruinas. Siempre me fascinó ese gesto.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
La Risa.
¿Y la más peligrosa?
El puño.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Solo en ficción.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Vivo a la izquierda del meridiano de Greenwich.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me gustaría ser una canción del sonero mayor Ismael Rivera. O uno de los vallenato de Rafael Escalona.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Soy un gran obsesivo: de ideas, de emociones, de actitudes y de acción. Mi vicio principal es esa mala costumbre de obsesionarme con una idea y seguirla hasta el límite. Y luego, claro está, las cervecitas que acompañan a toda idea fija.
¿Y sus virtudes?
Esas todavía no las conozco bien.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Me gustaría recordar esa bella imagen que cita Walter Benjamin en su correspondencia con Gershom Sholem: la imagen de un náufrago a la deriva sobre los restos del naufragio, que aún así es capaz de trepar a la cima del mástil que ya se hunde y enviar la señal de rescate. Luego, si la imagen no me trae paz, me gustaría imaginar todos los goles de Messi en cámara rápida.

T. M.