No se puede abordar la poesía danesa, islandesa, finlandesa, sueca y noruega que tenemos a nuestro alcance sin hablar de Francisco J. Uriz (1932). A éste el lector en lengua española le debe conocer los versos más representativos de esas latitudes –además de un sinfín de obras narrativas o teatrales de muchos autores– gracias a volúmenes como «Poesía nórdica», aquellas mil páginas editadas por Ediciones de la Torre en 1995 en las que ya se asomaron poetas tan importantes como el premio Nobel sueco, recientemente desaparecido, Tomas Tranströmer. Ahora, el traductor zaragozano ofrece este extenso libro poético en versión bilingüe de Inger Christensen, de la que ya había traducido el libro «Alfabeto» para la editorial Sexto Piso el año pasado, titulado con un pronombre demostrativo que indica ambigüedad, enigma, poesía al fin y al cabo.
Si en aquel libro, Christensen se lanzaba a ordenar el mundo mediante el lenguaje, en «Eso», que marcó un hito en Dinamarca al poco de su publicación en 1969, al hacerse con muchos de sus versos la población en discursos políticos y proclamas de denuncia social, también es una forma de definir o nombrar el mundo, la vida esencial que no admite un solo tratamiento verbal sino uno que refleje flashes, epifanías, destellos. En uno de los epílogos (también poéticos, como los prólogos), se leerá: «Eso / Eso es / Eso es la totalidad», con un gusto a lo Beckett en la expresión y al Canetti de «masa y poder» en lo conceptual. Se habla de «miedo» ahí, como al comienzo se hablará de «ciudad», «espera», «sol»; elementos que cobran un nuevo enfoque general bajo un mismo dominio: «Todo se ordena. En su propio mundo. Se coordina, se subordina, se supraordina».
Christensen crea y recrea el mundo como si estuviera a la vez inventando un lenguaje apropiado para tal tarea. Por eso, «Eso» suena a poemario fundacional, «porque las palabras ponen el mundo en el escenario / Porque el mundo mantiene las palabras en su sitio / Porque la aversión a la totalidad existe / el espejo tiene algún tipo de validez invertida / de la que carece la verdad». Por eso, en el tercer bloque, el más estimulante a mi juicio y sin tantas fronteras metafóricas insalvables –titulado «El texto», que configura un trío temático junto a «El escenario» y «La acción», conjuntos de poemas que van acompañados, a modo de subtítulos paralelos, de forma hermética: «simetrías», «transitividades», «conexidades»…–, se desarrollan ocho días en una suerte de reinvención moderna de la Tierra (el primer día, la arena, y luego, la luz, el agua, la hierba, el calor estival, el papel, la nieve y la cama). A ello le seguirán diversos poemas en prosa que, primero, con un sujeto en primera persona, hablan de amor y dolor –en un reverso de cómo esas invenciones se filtran en su realidad–, y segundo, verbalizan las funciones corporales hasta que el lema que se repite en muchos finales de poema se hace definitorio: «Mi pasión: seguir adelante».
Publicado en La Razón, 9-IV-2015