En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Mª Ángeles Cabré.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La verdad
es que un solo lugar es poco dada la vastedad del mundo. Pero puestos a elegir,
sería parecido al lugar donde vivo desde hace algunos años (en el campo, en un
pueblo de pocos habitantes y sin tiendas, y no muy lejos del mar). Añoraría
algunas ciudades que me encantan (Madrid, Amsterdam, Berlín, Nueva York…),
incluida la mía, Barcelona; pero si hay que elegir, renuncio a los estímulos y
me quedo con la paz de espíritu.
¿Prefiere los animales a la gente?
Admito que
me encantan los animales, aunque no me gusta tenerlos en casa y odio
furibundamente los ladridos de los perros, que me parecen insoportables. Sin
embargo, como soy una gran amante de la conversación y los animales no hablan,
me quedo con aquellas personas que sí tienen una buena conversación, entre
otras cosas.
¿Es usted cruel?
Nooooo, de ningún
modo. Y si algo me horroriza es la gente cruel; me parece uno de los defectos
más deleznables y menos justificables. Todos somos crueles en algún momento de
manera inconsciente, pero de ahí a convertirlo en un rasgo de carácter… Lo que
sí soy es irónica, y eso puede llevar a parecer en ocasiones cruel.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo unos cuantos
buenos amigos y tengo además la capacidad de hacer amigos nuevos. De hecho,
desconfío de las personas que tienen demasiados amigos y también de las que no
tienen ninguno. No elegimos a la familia, pero sí a los amigos y son ellos
quienes acaban por construir nuestra identidad.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Valoro mucho la
amistad, lo confieso, y busco en los amigos cualidades que, con mayor o menor
éxito, trato de cultivar en mí. Me gusta la gente de buena pasta y empática,
que piensa en el otro sin descuidarse a sí mismo. Amigos capaces de estar cerca
en las duras y en las maduras. Si alguien no está por la reciprocidad, no es
amigo, es un simple conocido. Eso sí, disfruto enormemente con la inteligencia,
de ahí que muchos de mis amigos la posean. Y mejor si tienen sentido del humor,
entonces ya les doy cum laude.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
A lo largo del
camino de la vida, confieso que me han decepcionado algunas amistades y me temo
que en el futuro algunas más lo harán. Supongo que es el precio a pagar por
negarme a exigir un certificado de buena conducta antes de brindar mi amistad.
Aunque para evitarme esas dolorosas decepciones, no pienso empezar a cerrar las
puertas; prefiero dejarlas entreabiertas y que corra el aire. Debiera quizás
añadir que las grandes decepciones suponen la inmediata expulsión de mi agenda.
En cuanto a las pequeñas… todos somos imperfectos, incluida yo.
¿Es usted una persona sincera?
Tengo ese
defecto, que no es virtud, pues por regla general conlleva algunos disgustos. Y
es que a esa caterva de personas que viven en la mentira y el autoengaño les
gusta muy poco que les lleves la contraria. Pero la sinceridad es una
enfermedad que se cura con el tiempo. Una aprende a tener compasión hasta de
los que niegan que la tierra es redonda o creen que Dios existe.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Mi tiempo libre es
escaso desde siempre porque me apasiona mi trabajo y diría que le dedico todo
el tiempo de que dispongo. Tengo, eso sí, la sensación de estar “librando” de
mi misma y de mis tareas autoimpuestas cuando paseo y también cuando comparto
ratos con personas que aprecio (charla, vino, buena mesa). Leer sin un objetivo
fijo, por puro deleite, es asimismo uno de mis ocios predilectos; aunque no
tardo en conducir la lectura hacia algún artículo o similar que tengo entre
manos.
¿Qué le da más miedo?
En el
ámbito de lo privado, me espanta ver sufrir a las personas que quiero y siempre
pienso que preferiría que lo que les pasa a ellos me pasara a mí porque me creo
más fuerte (una memez, claro). En el ámbito de lo público, me asusta pensar que
la humanidad es imbécil hasta la médula y que es capaz de perpetuar los
desastres actuales, de repetir los del pasado e incluso de inventar otros
nuevos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
Me escandaliza la
impudicia con que algunos juegan con la vida de los otros i/o con sus
condiciones de vida. También el desprecio con que se gestiona lo público y la
prepotencia con que a veces se gobierna. El dolor gratuito y la falta de
respeto por las diferencias.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
En
realidad no he decidido ser escritora. Como le sucedió a Clarice Lispector, la
vida me quiso escritora (ella añadió: “es una íntima orden de batalla”). En
realidad, a mí lo que me gusta es leer y no me importaría trabajar en una
librería recomendando libros todo el santo día (después de haberlos leído
todos, claro). Una vida contemplativa también me encantaría.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Poco,
supongo que porque mover las neuronas agota y, en mi estupidez, me niego a entender
algo tan obvio como que el cuerpo necesita estar en forma. Me sirve de coartada
tener buena genética y cierta complexión atlética. De vez en cuando doy paseos
en bici por el campo y, en ocasiones, hasta cojo una raqueta; pero me iría bien
el ejercicio diario, como a todos. Prometo hacer propósito de enmienda.
¿Sabe cocinar?
Me temo que no,
aunque me encanta comer bien y disfruto mucho con la buena cocina. De hecho, no
saber cocinar me parece una limitación imperdonable. Aun así, me cocino casi cada
día, qué remedio; lo que no quita que sonría cada vez que entro en un
restaurante.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Por suerte son
tantos los personajes inolvidables que lo tendría difícil. Pero sin duda
elegiría a una mujer, sobre todo por lo que les ha costado convertirse en
“personajes inolvidables” gracias a los bonitos palos en las ruedas que un
montón de generaciones de señores antipáticos les han puesto. Escogería a una mujer
feminista, incluidas esas feministas que no sabían que lo eran. ¿Olympe de
Gouges?
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Las palabras las
carga el diablo, pero también quienes las usamos día a día. A mí siempre me ha
gustado la palabra democracia, no porque sea la menos mala de las formas de
gobierno (sic), sino tal vez la única por la que valga la pena partirse la
cara. La actual coyuntura histórica me lleva aquí a elegirla como la más
esperanzada.
¿Y la más peligrosa?
El odio,
es evidente. Aunque no le van a la zaga ni el fanatismo ni la violencia, ni
algunas otras. Discriminación es también una palabra espantosa.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Hay muchas personas
que no merecen estar entre los vivos, pero por suerte no están a mi alcance. En
cuanto a los otros, a los que tengo cerca y a veces hacen barbaridades, me temo
que la vida ya los castigará lo bastante, como a todos.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Desde muy joven
tengo ideas progresistas y, por tanto, muy alejadas de la derecha. Y aunque los
conceptos de izquierda y derecha hayan quedado ya obsoletos, me considero una persona
de izquierdas entendiendo por ello que quiero una sociedad más justa en la
que todos y todas tengamos los mismos derechos y las mismas oportunidades. Creo
mucho en el talento, que crece en cualquier parte pero que hay que regar.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Quisiera
ser alguien sin la sangre que me hierve en las venas y que me lleva a estar
todos el santo día pensando que vale la pena pelear para dejar un mundo mejor,
aunque sea poniendo un minúsculo granito de arena. Quisiera ser flanneur y nada más.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Tengo el vicio del
trabajo, de la tenacidad, de la constancia. Y también el de disfrutar de la
soledad en una sociedad gregaria que invita a lo contrario.
¿Y sus virtudes?
Espero tener
algunas… pero no sé si soy la persona más adecuada para nombrarlas. Aspiro, en
todo caso, a ser alguien con quien se pueda contar y con quien merezca la pena
perder el tiempo; y a no venderme nunca a causas injustas, por alta que sea la
soldada.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Ahogarse tiene que
ser terriblemente desagradable y, si de mí depende, preferiría una muerte más
dulce. Si se diera el caso, en este instante quisiera divisar una bonita barca
capaz de llevarme a tierra. Y es que como soy poco fantasiosa, no creo en las
sirenas de cola plateada.
T. M.