Hace ocho años, se publicaba en español por vez primera “La suerte de Jim”, que tuvo un gran eco en 1953, ganando un importante premio y colocando a su joven autor como promesa de las letras británicas. Era la primera novela de Kingsley Amis, una crítica humorística de los sinsabores de la carrera académica; los críticos clasificaron al escritor londinense en el movimiento de los “Jóvenes Airados” o “Angry Young Men”, por más que el máximo representante de esa supuesta tendencia narrativa, Allan Sillitoe, en su autobiografía “La vida sin armadura” (Impedimenta, 2014), no se reconociera en esa generación, indicando incluso que ningún otro colega se sentía perteneciente a ella y que era un invento periodístico.
Y en verdad Amis estuvo por encima de etiquetas; lo suyo, más que ácida crítica social a la Inglaterra pobre de los cincuenta, era mordacidad desenfadada, reflejo de su vida licenciosa: alcoholizado tras una trayectoria exitosa como escritor, dos matrimonios rotos, un desencanto comunista y sendas cátedras en la universidad Swansea de Gales y en Cambridge. Su hijo, el igualmente exitoso Martin Amis, más circunspecto, dijo tras la publicación de su obra «Perro callejero»: «Mi tema siempre fue la masculinidad y lo que ello significa. Y trato de definir lo que considero que es una nueva forma, de masculinidad». De hecho, se ha destacado la misoginia obvia o disfrazada de ironía en ambos Amis, enfrentados en vida y con una autobiografía de Martin, «Experiencia», que sonó a reconciliación e incluso homenaje a su progenitor.
Ese concepto de
masculinidad se percibe en estos “Cuentos completos” (traducción de Raquel
Vicedo) en que destacan los dedicados al mundo militar y político, y a la
ciencia ficción, a la que Amis fue tan aficionado. Son veinticuatro relatos
publicados entre los años 1955 y 1993 y de los que dice el propio autor, en un
epílogo, que guardan mucha afinidad con los rasgos que definen el género
novelístico. Por eso, son historias de ritmo pausado con las que cabe irse
familiarizándose poco a poco, lo que les resta garra en primera instancia. Pero
qué curiosas las historias sobre viajes al futuro –en uno, unos hombres
construyen una máquina para saber a qué sabrá la bebida; no en vano, Amis
publicó varios textos sobre su gran debilidad, hace poco editados bajo el
título de “Sobrebeber”– o aquel otro en el que el padre de Elizabeth Barrett
intenta que su hija no se case con el poeta Robert Browning.
Sin embargo, en
mi opinión el Kingsley Amis más interesante, aparte de sus historias en torno
al espionaje político, la que recrea el siglo XI o la que juguetea con Sherlock
Holmes y Watson o el “Macbeth” de Shakespeare, está en “Toda la sangre que hay
en mí”, alrededor de una muerte; cuento, precisamente, en el que lo “angry”, o
la captación de la gente de a pie y sus frustraciones, se hace tan incisivo como
sutil.
Publicado en La Razón, 21-V-2015