miércoles, 10 de junio de 2015

Entrevista capotiana a Matías Correa

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Matías Correa.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Carolina del Sur.
¿Prefiere los animales a la gente?
Al menos en masa –asumo, toda la gente sabe– el ser humano suele ser más indiferente o insufrible que muchas otras especies. Mejor hablar de personas, que es lo que somos cuando conversamos, leemos, vamos al cine y almorzamos, tomamos café, fumamos, discutimos, nos reímos, lloramos, vemos fútbol, escuchamos canciones viejas. De todos los animales domésticos con los que a uno le toca relacionarse, definitivamente prefiero a las personas antes que a los gatos, las tortugas, cualquier pájaro, incluso antes que a los perros prefiero a las personas.
¿Es usted cruel?
Tengo mala memoria.
¿Tiene muchos amigos?
Tantos como recomienda Epicuro.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La amistad es un fin en sí mismo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Es contradictorio por definición hablar de amigos y decepción en un mismo enunciado.
¿Es usted una persona sincera? 
Fracasar en el intento es inevitable, pero supongo que sigo tratando.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Paso.
¿Qué le da más miedo?
Las mujeres y la muerte. En ese orden.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La estupidez y la pobreza gramatical.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
De nuevo, paso.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino a todos lados, trato de hacerlo y evitar la micro, el taxi, el metro.
¿Sabe cocinar?
La cocina es un imperativo estético.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
En la casa de mi abuelo había dos volúmenes de Reader’s Digest, ambos empastados con tapas de cuero, tenían las hojas amarillentas y casi se deshacían solas. Eran de mi abuela, que coleccionó o estuvo suscrita a la revista durante los sesenta o setenta. Ella venía de una familia de inmigrantes ingleses (su papá o su abuelo, no sé cual de los dos fue quien llegó primero a Valparaíso); imagino que por eso habrá cuidado tanto sus Reader’s Digest –que leía en inglés–, pero ignoro si a la casa le llegaba la edición norteamericana o británica, tampoco si había una versión internacionalizada para suscriptores como mi abuela. A mí me gustaba mirar los avisos publicitarios de Gillete, Dunlop y otras marcas gringas que tal vez no existan ya. También releía sin aburrirme la sección de chistes y la de aforismos/máximas de sabiduría práctica y filosofía moral, pero no recuerdo esos artículos de personajes inolvidables. De todos modos, puedo imaginarlos; elegiría a Gottlob Frege. Si no, escribiría sobre Chesterton o de Edmund Husserl.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Carolina.
¿Y la más peligrosa?
Uno.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy wittgensteineano en primer lugar. No necesariamente en ese exacto orden, después sigo a Borges, Russell, David Hume, Swift, Charles Taylor y Rawls, además de Montaigne y Chuck Klosterman y Houellebecq. En castellano le creo al historiador Alfredo Jocelyn-Holt y a los diputados chilenos Vlado Mirosevic y Gabriel Boric.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Buzo submarino, ilustrador, matemático y paleontólogo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El tabaco, el café, la marihuana, la mantequilla.
¿Y sus virtudes?
Mi biblioteca y mi metabolismo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Negro, todo negro, nada más imaginaría.
T. M.