Plaza de Armas, La Habana
En el último
libro de Leonardo Padura se encuentra el Leonardo Padura del hoy y el del ayer. En el prólogo de su edición
cubana, del año 1994, Alex Fleites hablaba de «la ficción de sus entrañables
personajes, ya sean héroes o canallas, pero tambien barrios populares o
ciudades». Se refería a la serie de artículos «El viaje más largo. En busca de
una cubanidad extraviada», publicados en el periódico «Juventud Rebelde»; con
su fuerte y original costumbrismo, los textos ofrecían al lector la Cuba más
legendaria y a ras de tierra, la de la luz y la oralidad vibrante; una visión
de la realidad isleña más esencial a partir de la música, la vida en el barrio
chino o las historias de fantasmas, que fue recuperada el año pasado por una
editorial española.
La referencia
al punto de mira de Padura, pegado a la apasionante vulgaridad de la vida, por
parte del prologuista, valdría para sus obras más alabadas, las compuestas por
la tetralogía «Las cuatro estaciones», con su carismático personaje Mario
Conde, un policia melancólico y alcoholizado que hubiera querido escritor. Esa
experiencia periodistica, más su ingreso en 1980 en la redacción de «El Caimán
Barbudo», publicación de los jóvenes autores cubanos, marcan su mirada, lo
llevan a la literatura con tintes políticos tanto como a tramas muy influidas
por la novela negra estadounidense que acaban siendo crítica social punzante,
como en su excelente «El hombre que amaba a los perros» (2009), sobre Ramón
Mercader, el asesino de Trotsky. A tal grado llegan sus creaciones que le
llueven los premios de narrativa detectivesca en varios países, de modo que no
es una hipérbole calificar a Padura de clásico del género negro. Pero que el
lector no se limite a verlo desde esa perspectiva: sus cuentos (lleva seis
libros) y sus ensayos, como el que dedica a Alejo Carpentier y lo real
maravilloso, está entre lo más interesante de nuestra literatura a ambos lados
del océano.
Publicado en La Razón,
11-VI-2015