viernes, 26 de junio de 2015

Entrevista capotiana a Alfonso Brezmes

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Alfonso Brezmes.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Si fuera Shakespeare, contestaría esta pregunta con eso tan hermoso de “Podría vivir encerrado en una cáscara de nuez, y sentirme rey de un espacio infinito; como no lo soy, y ya que me dan a elegir, elegiré como cárcel el mundo en el que vivo.
¿Prefiere los animales a la gente?
Me gustan todo tipo de animales, incluida la gente.
¿Es usted cruel?
Definitivamente, no: la crueldad es patrimonio de los que pasan por la vida sin enterarse de qué va el cuento. Todos podríamos ser el otro; quizá por eso soy tan indulgente conmigo mismo.
¿Tiene muchos amigos?
Afortunadamente creo que sí, no se me ocurre mejor refugio que un amigo para compartir la alegría y la tristeza de la vida. No falla: siempre está ahí, como el sol o las legañas. Como el aire, es una presencia ausente: no se le ve, no molesta, pero está ahí cuando lo necesitamos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean eso, amigos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Como son mis amigos asumo que son tan defectuosos como yo, y por eso nos aceptamos –ellos a mí y yo a  ellos– con nuestros defectillos. Es cierto que alguna vez he echado en falta a alguno que creía serlo, pero debió ser porque no era un amigo de verdad: los verdaderos amigos te acompañan en la vida como son, y pese a que tú seas como eres.
¿Es usted una persona sincera? 
Si le digo que sí, ¿me creería?
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
¿Eso del tiempo libre debe ser la vida, no? Gastándola.
¿Qué le da más miedo?
El miedo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La gente que se escandaliza.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Mire usted, esto no se elige: se es o no se es. Otra cosa es que haya personas que sepulten en vida esa creatividad. Si dijera que en tal caso me dedicaría a intentar arreglar el mundo, probablemente estaría mintiendo: todo ser creativo cultiva un ego importante sin el cual no dedicaría tanto tiempo a liberar su mundo interior. No obstante, en la hipótesis de que me traicionara a mí mismo, probablemente me dedicaría a ganar dinero para olvidar que podría estar haciendo algo mucho más interesante y divertido y mucho menos caro que ocupar mi vida en ganar dinero.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Mucho: hago pesas con un bolígrafo y tengo un chaleco de electro-estimulación para  tonificar a  la musa y que no eche michelines. Aparte de eso, he logrado generar un círculo perfecto: corro para mantenerme en forma cuando las lesiones originadas por correr no me obligan a guardar reposo el tiempo suficiente como para perder la forma y tener que volver a correr para recuperarla. Y así, hasta el infinito borgiano, y más allá…
¿Sabe cocinar?
Los cocineros son los nuevos filósofos de nuestro tiempo: un ragôut de ternera es como un ensayo de Descartes, y un menú de degustación cotiza hoy más alto que la Crítica de la razón pura. Cocino poco y mal: desgraciadamente soy de los que siguen prefiriendo dedicar su tiempo a intentar comprender el mundo en este breve intervalo que me ha sido concedido, y solo recomendaría a un enamorado o a un suicida que probase uno de mis platos.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Escribiría una autobiografía: uno no siempre tiene la suerte de cargarse su reputación de una forma tan eficaz como aparecer en el Reader´s Digest. Ahora en serio, quizá elegiría a Marguerite Yourcenar, que escribía como me gustaría escribir algún día y en cuyo rostro asomaba al final de sus días algo parecido a la sabiduría de quien ha logrado comprender.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
¿Esperanza?
¿Y la más peligrosa?
Poder.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Las ocasiones en que me tropiezo con algún idiota confieso que siento ganas de hacerlo con el poder aniquilador de mis palabras, estilo superhéroe verbal, pero prefiero dejar que hable él y se auto-destruya sin ayuda ajena.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Sospecho de mí.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Pasaré por alto que me ha llamado cosa.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Cierto atisbo de orgullo moderado que algunos envidiosos llamarían egocentrismo en grado sumo.
¿Y sus virtudes?
La modestia, y la falta de espacio suficiente, me impiden enumerarlas todas.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Dentro del esquema clásico: mis seres queridos, algún momento de felicidad, lo que pude hacer y no hice, mi funeral visto desde arriba. Dentro de un esquema más literario: el rostro de Cortázar; un cuadro de Magritte; el poema genial que siempre quise escribir y tenía que ocurrírseme ahora; mi venerable figura recogiendo el premio Nobel; una greguería por epitafio: “Murió con las olas puestas”; todos los que me leerán algún día y cuyo rostro no puedo aventurar ahora, pero son la forma que tengo de salvarme de este naufragio del tiempo, gracias al inesperado tablón de su recuerdo.

T. M.