Dejemos a un lado los pormenores, extraños por cuanto pueden
estar contaminados de manipulaciones o publicidad, y quedémonos con esta joya
de Harper Lee, hoy ya autora de dos novelas y no sólo de aquella mítica, “Matar
a un ruiseñor”, que multiplicaría su popularidad gracias a la película de Robert
Mulligan, estrenada en 1962, con Gregory Peck como cabeza destacada. Sólo habían
pasado dos años desde de que Lee publicara su inmortal novela y recibiera el
premio Pulitzer, aunque no volviera a publicar prácticamente nada más, apenas
unos ensayos, ni concediera entrevistas ni se la viera en público casi nunca. Y
ahora, surge una novela “perdida” que la abogada de la escritora, Tonja Carter,
encontró en el año 2011 (la editorial dice que fue el otoño pasado) en la caja
de seguridad de un banco de Alabama y que complementa, ilumina, engrandece más
si cabe la historia de la familia Finch en plena segregación racial.
Lee, de ochenta y nueve años e internada en una residencia
de ancianos a día de hoy, ha declarado: «A mediados de los años cincuenta
terminé una novela llamada “Go Set a Watchman”. Incluye el personaje de Scout
como una mujer adulta y yo creía que era un trabajo bastante decente. Mi
editor, cautivado por los flashbacks a la infancia de Scout, me convenció para
que escribiera una novela desde el punto de vista de la joven Scout». Y se
diría que aquél fue un lector avispado, pues, en efecto, los recuerdos de una
veinteañera Jean Louise al regresar al pueblo de Maycomb en el que se criara
para visitar a su padre son, en “Ve y
pon un centinela”, un material inmejorable que explotar. De modo que ahora
leemos la primera narración de Lee, de una increíble madurez técnica y
argumental, que en realidad sería el salto de la infancia de Scout –junto a su
hermano Jem (nos enteraremos de su funesto destino) y su padre abogado,
Atticus, que defiende a un hombre negro acusado injustamente de haber violado a
una joven blanca– a una juventud que no puede ser más crítica con el racismo
duradero e institucionalizado que continúa en el pueblo de Maycomb.
Aquel Sur, racista y violento, rural y ultracristiano, sería
un tema infinito para numerosos escritores relevantes del área, como Flannery
O’Connor, a la que ponía enferma, literalmente lo confesó así, el amigo del
alma de Lee, Truman Capote, y le irritaba el éxito del libro y la adaptación
cinematográfica tanto de “Lo que el viento se llevó”, de Margaret Mitchell,
como el de “Matar a un ruiseñor”: «Es un magnífico libro para niños», dijo a un
conocido, de modo despectivo, cuando le preguntó sobre él. Qué pensaría de “Ve
y pon un centinela” (el centinela es la propia conciencia, se nos dirá), con
una Scout pretendida por su amigo Henry y que cada vez entiende menos a sus
tíos, a sus vecinos y a todo lo que pasa alrededor de la llamada NAACP, la
Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color, fundada en 1909 para
combatir de modo pacífico la discriminación racial. En la novela, lo infantil
–en “Matar a un ruiseñor” enfatizado por el punto de vista en primera persona
de la niña– es sólo el recuerdo de algo enquistado, que singulariza la
personalidad de Scout eternamente y que endurece el contraste con una realidad
asfixiante, estática, retrógrada en la que Maycomb insiste en mantenerse.
El drama que va a vivir la adulta Jean Louise, la niña
traviesa a la que apodaban Scout, ya acostumbrada a vivir en la Nueva York en
la que se siente libre, va a ser profundo, implacable, demoledor, como si
reconociese en su pasado una gran mentira, como si los valores con los que se
había desarrollado fueran papel mojado sin reflejo en la vida tangible y
respetuosa con el prójimo, sea cual sea el color de su piel. Harper Lee
dosifica los flashbacks antes referidos y las situaciones con las que se
enfrenta Scout con una inteligencia y sensibilidad magistrales; todo aderezado
con un humor extraordinario y, sobre todo, unos diálogos que consiguen meter al
lector en las discusiones encendidas, en las decepciones más desgarradoras, y
que tienen a veces como grandes actores a personajes secundarios, como su tía
Alexandra, tan entregada como rígida, y su tío Jack, que intenta dialogar con
Scout para que ésta no juzgue duramente a su padre, el defensor de los negros
sobre el que, de repente, se proyecta ahora una sombra de racismo.
Publicado en La Razón, 23-VII-2015