El vasto mundo de los dichos populares
nos dice que «irse a la Cochinchina», o referirse a alguna cosa que «está en la
Cochinchina» es sinónimo de aludir a un sitio tan desconocido como lejano. Lo
explica así la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA): «Uno se puede ir de
viaje lejos. Luego puede irse de viaje más lejos aún. Pero sólo cuando se ha
ido a la Cochinchina el interlocutor entenderá que está realmente en un sitio
tan raro y lejano como para no seguir preguntando más». Todo el mundo asentirá
tras leer esta definición, pero tal vez pocos sabrán que el nombre de
Cochinchina (o Conchinchina, no se sabe cuándo ni por qué se le añadió una ene)
es hoy el sur de Vietnam y, mucho menos, que España tuvo una relación directa
con la zona al apoyar la iniciativa de Francia de anexionar ese territorio, en
el delta del río Mekong y llamado originalmente Annam, que los galos
rebautizaron como Cochinchine.
Ahora, un libro escrito por un militar
que presenció todo aquello y que se publicaría en Cartagena en 1869, el
Mariscal de Campo Carlos Palanca Gutiérrez, titulado «Reseña histórica de la
expedición de Cochinchina» (Miraguano Ediciones) reaviva ese episodio
prácticamente olvidado. Tal olvido es denunciado por Alejandro Campoy
Fernández, oficial del Ejército de Tierra en activo, en una breve pero muy
completa nota al comienzo del extenso volumen, dado que semejante y exótica
expedición apenas está reflejada en los libros de estudios secundarios,
dedicándosele, como mucho, «algún párrafo a esta hazaña bélica que desgarró la
vida de más de mil españoles en tierras ajenas y hostiles y que no tiene la
conmemoración histórica que a todas luces merece».
Heroicidad
sin réditos
Pero ¿de dónde partió la decisión de que
las tropas españolas alcanzaran una región tan lejana, tanto en lo geográfico
como en lo que respecta a sus intereses políticos o económicos por aquel
entonces, como el Reino de Annam durante la segunda mitad del siglo XIX y que,
asimismo, iba a constituir el comienzo de la colonización gala de Indochina? El
oficial Campoy lo resume del siguiente modo: «La participación de España en la
guerra de la Cochinchina es consecuencia del compromiso internacional que adquirió
nuestro país con la firma del Tratado de la cuádruple Alianza compuesta por
Gran Bretaña, Portugal y Francia. Las ambiciones mercantiles y comerciales de
este último país demandaron la colaboración del nuestro y requirió la
cooperación de un contingente español acuartelado en Filipinas, compuesto por
más de 1.500 soldados españoles y tagalos».
Un acto valiente aquél, como lo refleja
el hecho de que durante seis meses varias docenas de soldados españoles en
Saigón resistieran tenazmente las embestidas del enemigo, a la espera de que
llegaran refuerzos franceses, y un acto sacrificado sin rédito alguno de
ninguna clase; todo lo contrario, pues el resultado sería sangriento por el
número de bajas sufridas, que se añadirían a los asesinatos previos de diversos
misioneros españoles por orden de los mandarines locales. Tampoco se extraería
rédito político ni económico, ya que el tratado subsiguiente que se firmaría
tras el conflicto daría ventajas a Francia pero dejaría totalmente fuera a
España, cuyas tropas regresarían a las Filipinas de las que habían salido. Al
mando de ellas había estado Palanca Gutiérrez, por entonces coronel y con una
gran experiencia internacional, pues había llegado a ser gobernador de Santiago
de Cuba. Su libro, que disfrutaría de una segunda edición en 1870, en Madrid,
lo ha recuperado Ángel Luis Encinas Moral, profesor de la Universidad
Complutense, añadiendo además la correspondencia que el mariscal de campo
mantuvo, por un lado, con los jefes plenipotenciarios de las tropas francesas en
Cochinchina, y por el otro, con los representantes gubernamentales de la reina
Isabel II.
En el prólogo, Encinas Moral recuerda
cómo en 1954, «el general vietnamita Vo Nguyen Giap, al frente del Viet Minh,
derrotó a las tropas coloniales francesas». Una victoria de gran trascendencia
por cuanto era la primera vez que «un ejército colonial europeo era derrotado
por un movimiento de liberación nacional», poniéndose fin a noventa y dos años
de dominio francés, desde «el tratado de 5 de junio de 1862, firmado por
Francia, España y el Reino de Annam por el que Francia recibía varias
provincias annamitas y España recibía una indemnización de guerra por su
participación en un conflicto bélico que se había iniciado en 1858». Luego,
vendrá la guerra de Vietnam (1959-1975), hasta que el Acuerdo de París de 1973
facilite el alto el fuego y el Vietnam del Norte y el Vietnam del Sur
enfrentados se reunifiquen dos años más tarde formando un solo Estado.
A mediados del siglo XIX, el Vietnam como
ubicación naval estratégica y el Vietnam que perseguía a los cristianos eran
sendos puntos de mira para los occidentales. Tras el apresamiento de un
misionero dominico español de Tonkín (hoy parte norte del país), que luego
sería salvajemente decapitado, se puso en acción la diplomacia, y Francia (con
Napoleón III) y España (llena de corrupción interna y «el prestigio
internacional perdido») resolvieron llevar a cabo una cooperación militar que
sería aciaga para los hombres del mariscal Palanca, que en la dedicatoria a
Juan Prim, «capitán general del Ejército, conde de Reus, marqués de los
Castillejos», habla de cómo «allí padeció aquel puñado de valientes, que lejos
de la madre patria, desnudos, sin víveres... respondieron tan bien a mi voz
cuando el honor de su bandera y la noble emulación que con el Ejército francés
sostuvieron, los puso frente a numerosas masas enemigas en un país tan
insalubre, como inhospitalario».
Con una prosa digna de resaltar por su
amenidad y elegancia los informes de Palanca son un documento excepcional desde
el punto de vista estrictamente militar y, sobre todo, político y organizativo;
una lectura ya indispensable para todo aquel interesado en saber cómo se
desarrolla una contienda desde dentro y cómo ésta puede convertirse en una
crónica que haga justicia tanto al pueblo autóctono como aquel español que dio
prueba de «su sufrimiento, su valor individual, su generosidad después de la
victoria».
Publicado en La Razón, 14-VI-2015