sábado, 26 de septiembre de 2015

El frívolo treintañero


Siguiendo la frase de Borges sobre el autor que nos ocupa –«La obra de Chesterton es vastísima y no encierra una sola página que no ofrezca una felicidad»–, diremos que Renacimiento y Acantilado insisten en darnos una dicha tras otra. Se suceden los libros desde estas editoriales de lo que parece una escritura que no acaba, que siempre divierte e ilumina desde lo paradójico y una erudición fabulosa disfrazada de simpleza. En esta ocasión el lector conocerá las “Alarmas y digresiones” (traducción de Miguel Temprano García) que el autor de “El hombre que fue Jueves” recopiló de entre sus artículos publicados entre los años 1908 y 1910 –estamos, pues, ante un Chesterton treintañero– en el periódico inglés “Daily News”. Y no le quitaremos la razón al escritor cuando, en un sorprendente prefacio, emparente las gárgolas de las catedrales con estos fragmentos “triviales”, a la sazón artículos “caóticos”, en una de esas comparaciones que sólo se le hubieran podido ocurrir a él.

Imprevisible y siempre desconcertante, Chesterton ironiza sobre el naturalista Thoreau defendiendo la idea –él, un hombre que adoraba Londres– de que es preferible “la filosofía de los adoquines y el cemento a la filosofía de las berzas”, pone en el mismo saco los postes de telégrafo y la democracia, se postula más medieval que moderno, como era habitual en él, y en general recrea sus paseos por calles y estaciones de tren y los diálogos que allí proliferan. Un Chesterton este especialmente “frívolo”, que lamenta el hecho de que el queso quede en el olvido para la literatura europea, que va aportando cuentecillos de duques y pueblos, divide a la gente en tres clases (de pueblo, poetas, y profesores o intelectuales) y afila sus garras más sarcásticas cuando tiene objetivos tan vulnerables como los delirantes miembros del “Manifiesto futurista”. 

Publicado en La Razón, 24-IX-2015