En
1972, Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la
autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama
1999), y en él el escritor estadounidense se entrevistaba a sí mismo con
especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar
sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte,
forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra
cara, la de la vida, de Antonio Priante.
Si tuviera que vivir en un solo lugar,
sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa.
¿Prefiere los animales a la gente?
No.
¿Es usted cruel?
No,
conscientemente.
¿Tiene muchos amigos?
No.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Lealtad, que me acepten
como soy.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
¿Es usted una persona sincera?
Por encima de la
media.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Paseando,
leyendo.
¿Qué le da más miedo?
Larga enfermedad
terminal.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo
que le escandalice?
Nada. Todos somos
capaces de todo.
Si no hubiera decidido ser escritor,
llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ni idea.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Solo andar, sin
correr.
¿Sabe cocinar?
No.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos
sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Goethe.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra
más llena de esperanza?
Mañana.
¿Y la más peligrosa?
Ayer.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
No hablo de
política con desconocidos.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le
gustaría ser?
Músico, quizá.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Una cervecita
antes del almuerzo y una cervecita a media tarde.
¿Y sus virtudes?
No sé. Me
gustaría oír los comentarios después de muerto para saberlo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué
imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Que voy a
despertar de un sueño.
T.
M.