martes, 16 de agosto de 2016

Entrevista capotiana a José Manuel Benítez Ariza

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Manuel Benítez Ariza.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Tendría que ser una imposibilidad de la que yo no fuera consciente. Soy extremadamente sedentario, pero me asfixiaría la idea de no poder salir jamás de determinado lugar. En todo caso, digamos Benaocaz, en la sierra de Cádiz.
¿Prefiere los animales a la gente?
Dicho así, me inclino por la gente: no soy de esos que, como denunciaba Gaya, están en contra de la tauromaquia porque lamentan que no mueran tantos toreros como toros. En cualquier caso, mi ideal de compañía es la que hace un poco más habitable la soledad buscada, naturalmente en condiciones de perfecta reciprocidad: si dos solitarios han de convivir juntos, y quieren hacerlo, que sea de modo que ambos vean colmadas sus ansias de soledad gratificante y sientan la presencia del otro como un complemento necesario de esa soledad nunca invadida ni violentada. Hay quien encuentra esa sensación en compañía de determinados animales: gatos, por ejemplo. Pero tengo la sospecha de que ese presunto logro responde más bien a una fantasía unilateral, que ni siquiera es probable que el gato comparta.     
¿Es usted cruel?
Sólo conmigo mismo.
¿Tiene muchos amigos?
Los suficientes, creo.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No los someto a un test para ver si reúnen tales o cuales cualidades. Mis amistades son siempre un poco accidentales y muy variadas. Normalmente, hay en ellas un elemento de admiración. Luego el afecto transcurre por otros caminos, pero ese elemento, que debe ser mutuo, está siempre presente; de lo contrario, se va produciendo esa degradación por la que la confianza da lugar a la desconsideración, al olvido de la valía humana que nos deslumbró en primer término.  
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Sólo cuando la amistad se va diluyendo en el tiempo por los motivos que explicaba en la respuesta anterior, lo que imagino que no es culpa exclusiva de la otra parte, sino de ambas.
¿Es usted una persona sincera? 
Trato de no ponerme nunca en la tesitura de tener que elegir entre ser sincero o no serlo. La sinceridad puede ser una falta de cortesía, e incluso una forma de crueldad. Lo que sí creo que soy, y no siempre voluntariamente, es transparente; y en la medida en que esa transparencia es incontrolada y parcial, puede transmitir una imagen de mí en la que no acabo de reconocerme.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Depende de la predisposición. Si tengo la mente despejada, prefiero leer o escribir, aunque no sé si esas ocupaciones se corresponden con lo que suele asociarse a la idea de tiempo libre. Me gusta también pasear o pasar el rato en la barra de un bar, entre amigos. Pero mi experiencia es que ninguna de estas cosas termina de responder a todas las expectativas puestas en ella cuando se las fuerza o se las busca. Quizá el truco esté en tener rutinas bien asentadas y dejar que en ellas concurra a veces esa sorpresa o revelación que da plenitud a un instante.
¿Qué le da más miedo?
El sufrimiento y la muerte de las personas queridas. El riesgo de depender de personas ignorantes y crueles. La posibilidad de que un elemento de debilidad nos embrutezca o nos vuelva miserables o viles. 
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El cinismo con que se exhiben todos aquellos que disfrutan de una posición que no merecen.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Se es escritor, o se ejerce cualquier otro modo de creatividad, por el mero hecho de haber sido antes lector o receptor pasivo de la creatividad de otros. De no haber sido escritor, me aplicaría a ese disfrute con menor preocupación por lo que pudiera aprender de las estrategias creativas de otros; y sería, en esa despreocupación, más generoso y más feliz, quizá. Pero no puedo garantizar que ello no me produjera deseos de emulación y me llevara de nuevo a hacer mis propias tentativas.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Paseo por las tardes e intermitentemente voy a un gimnasio o similar.
¿Sabe cocinar?
Lo necesario para salir del paso, aunque alguna que otra vez he probado a realizar una receta leída aquí o allá y me ha salido medianamente bien.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Viniendo del RD, no sé… En la actualidad, hago una columna de cine y disfruto escribiendo semblanzas de directores o actores poco conocidos a los que previamente he seguido la pista durante semanas. De surgir ese encargo del que usted me habla, supongo que me plantearía una situación así: me propondría escribir, no tanto sobre alguien que ya conociera, como sobre alguien por conocer.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Realidad.
¿Y la más peligrosa?
Ideología.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, nunca me he degradado tanto.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
No creo que la orientación política sea una parte del ser de nadie, y en ese aspecto creo que la pregunta está mal formulada. La orientación política se manifiesta más en el modo de actuar que en las declaraciones altisonantes y favorecedoras que uno haga al respecto. No me siento representado por ninguna fracción del espectro político; tal vez porque, en el caso español, las etiquetas con las que se identifican los distintos partidos son más bien engañosas: nuestros autoproclamados “conservadores” son, más bien, destructores de todo aquello que merecería la pena conservar, y nuestros presuntos “progresistas” hace decenios que no aportan al debate público una sola noción que signifique “progreso” respecto a casi nada. Dicho esto, detesto los radicalismos de cualquier signo –aunque yo mismo pueda tener estados de opinión desmesuradamente radicales en según qué momentos– y la pretensión de que el fin justifica los medios. Detesto la política ejercida como depredación. Y creo que el bien político más preciado es la libertad de expresión.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Pintor.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La impaciencia y el desánimo, que suelen ser complementarios.
¿Y sus virtudes?
La constancia, aunque parezca reñida con lo que acabo de decir.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Creo que pasé por esa experiencia de niño: mi padre me llevaba en una canoa hinchable y la canoa volcó. Y lo que recuerdo es que me vi como desde fuera de mí: una sombra que braceaba bajo el agua, hasta que mi padre me sacó a flote. He escrito un poema sobre ello. Desde entonces tengo la idea de que la muerte debe de implicar, de entrada, una especie de desdoblamiento, ante el que la primera reacción es de sorpresa e incredulidad.

T. M.