miércoles, 17 de agosto de 2016

Nostalgia de "Un ruso en Nueva York"


Hace dos días trasnocho para ver en directo el España-Argentina de baloncesto en directo, de los Juegos de Río, y en el descanso cambio de canal. Aparece enfrente una película queridísima, especial pero creo que poco recordada, maravillosamente melancólica y humorística a partes iguales. Un ruso en Nueva York, estrenada en 1984, surge en mi recuerdo, viéndola de joven y emocionándome con ese saxofonista que se escapa del control soviético en una visita a Manhattan y que interpreta Robin Williams, que hacía posible ver a cualquier personaje como el único que lo podía haber encarnado. Ya lloré la muerte del cómico hace justamente dos años, en este mismo blog, y hace dos noches de alguna manera lloro por verlo sólo vivo en la ficción, en esas escenas fabulosas que reflejan la dureza y el asombro de verse libre en el país de las oportunidades. Intentando tocar el saxo ante la queja de sus vecinos en el precario apartamento donde vive; compartiendo bañera, desnudos, con la espléndida María Conchita Alonso; bromeando con el hecho de que para sobrevivir en Nueva York hay que poner cara de pocos amigos para intimidar al resto de transeúntes. Cada escena de esta película de Paul Mazursky rezuma nostalgia, pureza, amor, trascendencia, solidaridad. Al cabo de un rato, dejo a Williams, siguiendo vivo en la pantalla, y pensando en él, dolorido por haberlo recordado en una de sus mejores actuaciones para mí, vuelvo al baloncesto, quedándome por momentos congelado viendo, en aquella lejana vida, esta lejana película.