Esfuerzo mastodóntico de la
autora de “Brokeback Mountain”, que tanto éxito tuvo en su adaptación a la gran
pantalla. Como en aquel relato publicado en “The New Yorker” en 1997, Proulx
vuelve a un trasfondo de naturaleza inmensa y extiende la dimensión de un
bosque tangible, histórico, simbólico incluso, a lo largo de tres siglos. Así,
“El bosque infinito” (traducción de Carlos Milla Soler) propone un viaje por la
historia comercial y sociopolítica del mundo desde finales del siglo XVII hasta
prácticamente hoy mediante la epopeya de dos familias, sobre todo pisando
terreno norteamericano y europeo, pero también chino y neozelandés. Proulx con
ello pretende proyectar una visión universalista y cronológica de un asunto con
claro mensaje ecologista, esto es, la deforestación y el negocio que hay detrás
de ello.
Por eso el testigo continuo de
las peripecias de los personajes ansiosos por atrapar buenas condiciones de
ganarse la vida mediante la explotación maderera es el bosque, cada vez menos
infinito, hasta el punto de que un personaje, a punto de acabar la novela,
afirma que “no volverá a haber grandes bosques antiguos hasta dentro de miles
de años”. En esa misma página se hace referencia a tribus como los mi’kmaq, que
precisamente tienen desde el principio una relevancia total, haciendo así que
el texto busque cierta homogeneidad en cuanto a que el tiempo se relativiza,
pues el bosque de hoy aún conserva, es producto de las huellas antiguas. De este modo, René Sel, uno de los dos peones junto con
Charles Duquet que son contratados en París para cortar madera en condiciones
de esclavitud por parte del severo y sermoneador Claude Trépagny, se unirá con
una india, con lo que el mundo de los “sauvages” se abre ante el lector en sus
hábitos y lenguas.
El interés del libro se
fundamenta sobre todo, a mi juicio, más en lo que aporta desde el punto de
vista costumbrista e historicista. Es una notable oportunidad para conocer la
vieja Nueva Francia, es decir, Canadá, y la relación entre los colonos y los
indios, más los conflictos que vivirán sobre el terreno los nativos americanos
con los franceses e ingleses. Narrativamente hablando, los cambios de lugares a
través de los viajes de los personajes no aportan por sí mismos el ánimo
aventurero que se le intenta insuflar a la obra; además, los personajes están
demasiado estereotipados, y el argumento en sí, esto es, seguir el desarrollo
de los descendientes de Sel y Duquet, resulta insuficiente, haciendo correcta
pero blanda la historia, que carece de la garra literaria deseable y que se
asienta al comienzo en asuntos como que René espere de su amo que le conceda la
libertad y le asigne tierras, en la vida cotidiana en el bosque, o en que
Duquet se escape y reconduzca su andadura profesional en primera instancia
hacia el negocio de las pieles.
Publicado en La Razón, 6-X-2016