jueves, 6 de octubre de 2016

Entrevista capotiana a Manuel Astur

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Manuel Astur.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Ya vivo en un solo lugar: en esta identidad de la que constantemente trato de salir sin lograrlo del todo. Pero si tuviera que vivir en un lugar físico no estaría mal en la casa que se construyó el escritor Curzio Malaparte en la costa de Capri. O en la granja en Noruega donde se encerraba Hamsun. O en la cabaña de madera con vistas a la costa de Gales donde escribía Dylan Thomas. O en un monasterio franciscano que tuviera un claustro con una fuente y donde los inviernos fueran tan fríos como espléndidas las primaveras. O en un templete taoísta en la falda del monte Lu, y ya puestos a pedir, durante la dinastía Ming. O en un hotel en París a principios del s.XX. En cualquier caso, un lugar limpio y sencillo donde siempre hubiera en la mesa un merecido plato de comida y al otro lado de la puerta, la belleza. Y a ser posible que estuviera lo bastante lejos y fuera suficiente inaccesible como para que no viniesen a molestar, pero no tanto como para que la familia y los buenos amigos dejaran de hacerlo de vez en cuando.
¿Prefiere los animales a la gente?
No.  Prefiero a la gente que sabe ser un poco animal.
¿Es usted cruel?
Espero que no. Puedo llegar a comprender el mal que surge de la ignorancia y el miedo, incluso la indiferencia ante el dolor ajeno, pero no tolero la crueldad. La crueldad es el mal satisfecho de sí mismo.
¿Tiene muchos amigos?
Nunca he hecho un recuento, pero si pienso en ellos me tiro un buen rato sonriendo, así que supongo que sí.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco nada, pero creo que mis amigos poseen naturalidad, inteligencia, tendencia a la bondad, y a todos les gusta mucho jugar.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Si pudieran decepcionarme no serían mis amigos.
¿Es usted una persona sincera? 
No creo en la sinceridad porque no creo que seamos construcciones fijas e inmutables: somos procesos en constante cambio, y la sinceridad por lo tanto es una ilusión momentánea. La única sinceridad sería un silencio atronador; el resto es literatura y ego.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Por este orden: contemplando, leyendo, escribiendo y celebrando.
¿Qué le da más miedo?
Muchas cosas, pero casi todas tienen que ver con la locura, entendiendo ésta como el estar preso dentro de uno mismo sin ventanas ni puertas al exterior. También me da miedo que sufran mis seres queridos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La cada vez mayor necesidad de todo el mundo de imponer a los demás cómo tienen que vivir.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Hasta bien entrada la adolescencia soñaba con ser montañero. Morir tratando de escalar una cubre de, por ejemplo, el Himalaya me parecía una muerte gloriosa. Ahora suelo pensar que me habría gustado mucho ser jardinero o carpintero.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino mucho, parto pilas de leña con el hacha y cada cierto tiempo me pego una gran juerga de varios días.
¿Sabe cocinar?
Sí, y dicen que no lo hago mal. Pero sobre todo sé comer.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No sé, muchos, por ejemplo ahora mismo me viene a la cabeza Fernando Fernán Gómez... o Josep Pla, o Salinger... Por fortuna no he perdido mi capacidad de admirar.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Serenidad.
¿Y la más peligrosa?
Ellos.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, nunca. Ni en mi peor pesadilla.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Detesto la política. Es lo contrario de lo que amo en esta vida. Eso sí, también detesto los aviones y las inyecciones, pero soy consciente de que por desgracia son necesarios. Así que podría definirme como "socialista romántico feudal confuciano resignado", pero cuando se cree un partido con esos ideales, los abandonaré.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un buen músico.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La culpa. En un mal día, siento que es mi culpa casi todo lo malo que pasa en el mundo, desde el cinismo hasta la música reguetón. Y la apatía.
¿Y sus virtudes?
Tengo buena memoria. Escucho bien y soy observador. Creo que tengo bastante empatía. Sé escribir unas cuantas frases bonitas. Jamás me aburro. Y como presumía Lord Byron, puedo cruzar un río a nado y darle a una moneda con una bala a cien pasos de distancia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Siendo niño estuve a punto de ahogarme. Permanecí varios minutos en el fondo de un río. Y no se me pasó nada por la cabeza; sólo recuerdo la superficie del río vista desde abajo, brillando al sol como un techo de oro líquido, los pies de otros niños aleteando encima mío y mucho sosiego. Aunque claro, entonces no tenía pasado como para un buen flashback. De todos modos, puestos a imaginar, me gustaría que, por ejemplo, me pasara por la cabeza la imagen de mi abuela con sus bisnietos en el regazo; mi padre durmiendo la siesta en un sillón junto a una ventana abierta a una tarde serena y soleada, frente a un televisor sin sonido en el que emiten el Tour de Francia; mi madre en cualquier momento, aunque mejor recibiéndome en la puerta de casa a mi vuelta tras una larga temporada fuera; una tarde de primavera en una terraza de Madrid con unos buenos amigos; el gesto abstraído de todas las mujeres que he amado en algún momento que las observé hacer algo insignificante como escribir un mensaje o leer una revista o maquillarse ante el espejo del baño sin ser ellas conscientes; una bandeja de desayuno en la cama; un balcón luminoso frente al que pasan gritando las primeras golondrinas del año; una tormenta en el mar; una higuera junto a una casita humilde; una cometa en un parque; un bosque profundo y silencioso como una cueva; el interior de una iglesia prerrománica donde estuve sentado durante horas; mi novia sentada en la mecedora del porche de casa leyendo; un bar lleno de gente y humo y con la música a todo volumen donde fuimos por siempre jóvenes y plenos. Podría seguir así eternamente, y entonces nunca me ahogaría del todo.

T. M.