En la biografía de Bohumil Hrabal “Los frutos amargos del jardín de las delicias”, recientemente reeditada, de Monika Zgustova, hay una foto muy peculiar protagonizada por el propio narrador checo, su compatriota Václav Havel y Bill Clinton, quien aparece bebiendo una jarra de cerveza. Se tomó en el lugar preferido del biografiado en Praga, la cervecería El Tigre de Oro, tan célebre entonces que todo el mundo quería ir a ver allí al autor de «Una soledad demasiado ruidosa» o «Trenes rigurosamente vigilados». Havel, el último presidente de Checoslovaquia y el primero de la República Checa tras la escisión del país, de 1989 a 1992 y de 1993 a 2003, está en el centro de esa instantánea, y en ello hay un elemento simbólico: a su derecha, está la literatura en letras mayúsculas; a su izquierda, la política más influyente del mundo.
Porque él mismo fue escritor y político, en ambos ambientes destacó con rotundidad, y su impronta social y su remembranza literaria justifican la publicación en español de esta extensísima biografía que firma el que fuera su secretario de prensa y asesor Michael Žantovský, titulada con demasiada simpleza “Havel. Una vida” (traducción de la versión inglesa por Alejandro Pradera Sánchez) y que no reproduce esa foto tan significativa. Žantovský, a la sazón director de la Biblioteca Vaclav Havel en Praga, lo conoció bien al intervenir juntos en la Revolución de Terciopelo que condujo a erradicar el sistema comunista en la antigua Checoslovaquia. El propio biógrafo sería el fundador del llamado Foro Cívico, la plataforma que colaboró activamente para que se cumpliera el sueño de ver las primeras elecciones democráticas desde 1946.
Tiempo de represión
La presente biografía es una prolongación y un complemento perfectos para los que conocieron hace ocho años “Sea breve, por favor”, formado por una entrevista a Havel, al poco de abandonar la presidencia, realizada en Estados Unidos por parte del periodista checo Karel Hvízd'ala. Asimismo, se intercalaban anotaciones del propio Havel en el tiempo de su liderazgo político o incluso reflexiones que había hecho directamente para ese libro. Una lectura que hoy, cuando Rusia y Estados Unidos desean entenderse de forma determinante y hasta intimidatoria de cara al resto de naciones por medio de Putin y Trump, adquiere un valor muy especial. Y es que, como se desprende del trabajo de Žantovský, Havel, el gran intelectual cuyas opiniones le valieron la cárcel, propulsó la idea de que el enfrentamiento había que evitarlo siempre, que había que unificar y no dividir, que era posible juntar a personas de diversos orígenes y creencias políticas y religiosas para llegar a consensos y entendimientos mutuos.
En “Sea breve, por favor,” Havel decía ser “consciente de lo absolutamente increíble de mi destino”, como si no se creyera que él se hubiera encontrado en el epicentro de unos acontecimientos trascendentes para su nación y el resto de Europa. Žantovský recorre tal destino poniendo el acento en lo que también sufre Hrabal, la policía comunista que de repente podía entrar en cualquier sitio con los revólveres apuntando a la gente. Todo un tiempo de sospechas, de investigar a los cómplices de los enemigos del Estado y a los traidores de la patria, de llevarse a la gente a las comisarías; todo precedido de la ocupación hitleriana en 1939 (Havel nace tres años atrás), las ejecuciones a los patriotas checos y las eliminaciones de pueblos enteros. Y los procesos políticos y condenatorios del partido comunista a cientos de personas, y décadas de censura, encarcelamientos, prohibiciones de revistas, exilios de amigos…
Una fábrica de bienes
Žantovský explica con detalle que su llegada al poder no fue un mero cuento de hadas que el paso de los años puede idealizar, sino que «la ambición de “arreglar el mundo” estuvo presente en la vida de Havel desde que, con diez años, imaginó una fábrica para producir “el bien” en vez de bienes». Para el autor, el que fuera su amigo y jefe surgió no sólo como el más probable candidato para afrontar los desafíos que su pueblo requería en 1989, “sino como el único plausible para liderar la revolución”. Ahora es un término que costaría relacionar con los políticos que nos rodean, pero “filosofía moral” era de aplicación total en Havel, consistente, en palabras de Žantovský, en tres conceptos: el “poder de los sin poder”, título a la vez de uno de sus ensayos; “vivir en la verdad”, postura que podía fácilmente ser susceptible de ataques por su aura ensoñadora; y “responsabilidad”, inherente a todos nosotros como seres humanos en sociedad.
Más allá de esto, ejemplificado por diversos pasajes de tinte humano y político, Žantovský demuestra muy bien el ingenio y la brillantez que atesora la obra de Havel, que empezó a tener éxito con obras teatrales como “Una fiesta en el jardín” y “El comunicado”, en los años sesenta. Pero antes que la obra, está el hombre, que se mostraba con “una bondad y una amabilidad inquebrantables”, con “un omnipresente sentido del humor y del absurdo”, sobre todo cuando estaba en compañía. Con todo, “Havel. Una vida” no es una simple oda a Havel, pues también aparecerá el “deprimido, enfermo, furioso ante su propia impotencia, que se evadía con la bebida, los fármacos, las enfermedades y, en ocasiones, con las aventuras sexuales poco meditadas”. Un individuo genuino e inseguro que comandó su país con seguridad y confianza y que, para el biógrafo, a cinco años de su muerte, aún tiene recovecos misteriosos que elucidar, como cuáles fueron realmente las personas que sintió más próximas, aparte de su hermano Ivan o sus dos esposas.
Publicado en La Razón, 17-XI-2016