Recupero aquí, con el lema latino ubi sunt (dónde están), una serie de reseñas que publiqué hace unos veinte años en la revista Quimera.
Cuando José María Arguedas se trasladó a Lima, en 1929, apenas hablaba español; su infancia había transcurrido entre los indios –de quienes había aprendido el quechua y las costumbres indígenas– en un pueblo de la sierra peruana. Desde ese viaje a la capital, Arguedas vivió y padeció los conflictos del bilingüismo y de pertenecer a dos culturas distintas. Su trayectoria literaria está marcada por esa preocupación de dignificar el mundo andino, especialmente en Los ríos profundos (1958), donde rompe con la tradición realista de la novela indigenista, aportando lo imaginario a la descripción del medio y del ambiente. De este modo, Arguedas conectaba con la tradición del realismo mágico hispanoamericano, aunque desde una visión compleja, mitificando el regionalismo y explicándolo de una forma vital, entusiasta. A lo largo del texto hay un despliegue colosal de hábitos, lenguajes, paisajes, contrastes y dramas andinos, escenas desgarradoras que enfrentan la raza india frente a la blanca, toda una existencia mágica y dolorosa desde el recuerdo del protagonista, Ernesto, quien rememora su infancia (la propia infancia de Arguedas) creando a la vez un rico testimonio geográfico y antropológico del Perú de la época.
En los últimos años se ha intensificado el reconocimiento a la obra –poética, novelística e histórica– de este escritor. La edición de Los ríos profundos de Juana Martínez en Anaya da prioridad al texto, añadiendo al final del volumen un breve estudio subrayando las características fundamentales para aproximarnos al universo arguediano. La propuesta de Ricardo González en Cátedra nos acerca con mayor profundidad a la obra, mediante una completísima introducción, bibliografía exhaustiva y rigurosas notas a pie de página. Así pues, disponemos de dos opciones para viajar por estos ríos: la del texto desnudo, o la posibilidad de encararnos a él con la ayuda filológica.