La conciencia de una vida que iba a resultar breve, por una tuberculosis pulmonar diagnosticada a los dieciséis años, iba a marcar los años en los que este autor desconocido para nosotros pudo entregarse a su obra literaria. Alfred Henschke nacería en la que es hoy la ciudad polaca de Krosno Odrzańskie, pero firmaría como Klabund, acrónimo a partir de las palabras “Klabautermann” (duende ligado a la mitología del mar Báltico) y “Vagabund” (vagabundo en alemán). Así nos los explica Olga García en el prólogo de una historia de la literatura nada convencional, ya incluso desde el título, de un autor cuya trayectoria creativa y personal no tiene desperdicio alguno.
Los treinta y ocho años que le tocaron vivir –moriría en Suiza tras contraer una neumonía en un viaje a Italia– son engañosos por cuanto aprovechó de manera excepcional el tiempo: su obra, proporcionalmente, es inmensa entre traducciones, prosas, libros de poesía, obras teatrales… Si bien la desgracia se cebó con él –su mujer, a la que conoció en un sanatorio, y su bebé fallecieron tras un embarazo complicado, aunque luego se volvería a casar con una actriz–, también disfrutó del éxito teatral por sus textos para cabaret e incluso fue reclamado como guionista por la Metro-Goldwyn-Mayer.
Esta brevedad vital conecta, pues, con la intención de ser escueto, de ir al grano, de saber mucho con velocidad. Empieza con una obra del año 800 y la epopeya “El cantar de los nibelungos”, y así va avanzando entre lo más granado de los siglos siguientes, con gran capacidad de síntesis, hasta llegar a los autores con los que el lector estará más familiarizado: Schiller, “el poeta de la juventud”, y su amigo Goethe, quien para Klabund se comportaba sin “vacilaciones” y que, por el afán de apartarse de los sufrimientos, se comportó de modo brutal contra sí mismo y los demás. Novalis, Eichendorff, Von Kleist, Hoffmann, Heine… Se suceden los genios alemanes, mientras que otros muchos serán desconocidos para el lector, pero siempre habrá una pincelada interesante y precisa; hasta en torno a sus propios contemporáneos, como su amigo Wedekind o el Thomas Mann que, quién sabe, tal vez conociera la narración autobiográfica de Klabund “La enfermedad” (1916), con la que se podría asociar plenamente “La montaña mágica”.
Publicado en La Razón, 19-I-2017