domingo, 5 de marzo de 2017

Entrevista capotiana a Enrique Andrés Ruiz

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Enrique Andrés Ruiz.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En realidad, siempre he tenido la sensación de vivir en un solo lugar; que no es un lugar físico, claro, pero que tiene en común con los lugares físicos su determinación. Y no sé si puedo salir de él, ni siquiera si quiero… Cuando he podido hacerlo o me han invitado a hacerlo con gran oferta a veces de ventajas, algo me lo ha impedido, algo que soy yo.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Un animal, diga lo que diga el animalismo actual sacado como está de madre, no es, propiamente, un prójimo.
¿Es usted cruel?
Sólo conmigo, creo.
¿Tiene muchos amigos?
Sí.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No, no busco lo que se dice cualidades, ni nada. Eso sería un examen de oposición, como se hace para el ingreso en un cuerpo administrativo. Con los amigos nos encontramos, conectamos, comprobamos, como me dice a veces uno de ellos, algo parecido a “una misma longitud de onda”.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No; más bien debo decepcionarles yo a ellos. Porque lo que me ocurre es que me canso; la emisión de esa onda a veces se pierde, hay interferencias…
¿Es usted una persona sincera? 
No lo sé, seguramente no. La sinceridad puede que tenga que ver con el conocimiento de sí mismo (porque a los primeros que nos mentimos es a nosotros mismos) y eso es muy difícil. No queremos ver las cosas como son; decía Eliot que los hombres soportan muy escasas cantidades de realidad. Y una sociedad de sinceros sería por lo demás insufrible; la invención de la hipocresía es paralela al desarrollo de la educación y de la cortesía.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
De ninguna manera. El tiempo libre sólo lo es desocupado. El tiempo libre es también, por excelencia, el tiempo del aburrimiento, tan importante, tan fértil; es tiempo disponible, vacío, en disposición, por eso deja de serlo, justamente, cuando está ocupado, o sea, lleno. Más a ras de tierra, lo que a mí me gusta es leer, andar.
¿Qué le da más miedo?
Casi todo me da miedo. Dejar algo, abandonar, cambiar, desplazarme… Todo eso me produce mi continua sensación de miedo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza, precisamente, la ingenuidad del escándalo, de quien lo provoca y de aquel en quien es provocado. Vivimos un tiempo en el que el escándalo tiene gran prestigio, no sólo publicitario, sino cultural en amplio sentido, y no te digo ya artístico. Se ha llegado a identificar lo escandaloso con lo creativo, quizá por el prestigio de la rebeldía y la subversión. Pero eso sólo era posible cuando había un algo firme, un orden establecido a subvertir; cuando no lo hay, es más cuando el orden es la subversión misma, no hay más rebeldía que la dedicada a destapar su mentira. Por eso hay una gran ingenuidad en el seguimiento de eso que, hoy, es parte de las formas publicitarias y de los signos de persuasión.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Lo que he hecho, o sea, llevar una vida que en gran parte del tiempo cronológico, no es lo que se dice creativa, según el término de la pregunta. Pero de todas formas, no hay ninguna vida no creativa, ninguna parte o tiempo de la vida que no lo sea. Es más, una vida estrictamente literaria o artística, como la de Thomas Mann por poner un ejemplo, obsesionado como estaba por la preservación de una burbuja de pureza incontaminada, en su casa, donde dedicarse a la escritura, es una vida que ha perdido de vista la vida real, la vida práctica, la de la acción, ese tiempo “inauténtico” —que diría Heidegger— que es sustancial, real, propiamente vivo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Ando, trabajo en el monte cuando estoy allá.
¿Sabe cocinar?
No.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No sé; inolvidable, para mí, y sin embargo desconocido, podría ser San Pablo. O Velázquez.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Todas las palabras están llenas de esperanza. No nos damos cuenta pero así es. Y el hecho de que no nos demos cuenta, hace que la esperanza nos constituya sin que nosotros la hayamos puesto ahí, que vaya tácitamente con nosotros, con el lenguaje, como decía Steiner, con la propia gramática. Nuestro lenguaje va atravesado por la fe; es por fe por lo que hablamos, por lo que escribimos, por lo que usamos las palabras, sin saberlo.
¿Y la más peligrosa?
También todas las palabras son peligrosas, lo dice la carta de Santiago, dichas con la lengua; de manera que el peligro lo pone la lengua, en nuestra lengua está el peligro, en la mentira, en la falacia, en la instrumentalización de las palabras que lleva a cabo la lengua en vista de lograr un fin.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
¡Pero qué me dice…! He querido, eso sí, no volver a ver a alguien. Pero matar es otra cosa.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Si me pregunta por mi tendencia, le diré que mis tendencias, mis querencias, son conservadoras, tiendo a la conservación, a la memoria, a la inamovilidad. Pero mis tendencias no son mis ideas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Lo que me gustaría es lo más difícil: ser el que soy, como decía Nietzsche.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La obsesión.
¿Y sus virtudes?
No lo sé; eso no lo puedo decir yo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
No me puedo imaginar ahogándome. Ni si estaría entonces para imágenes.

T. M.