Es lógico encontrar, en una trayectoria literaria tan descomunal como la de Joyce Carol Oates, que se ha mantenido en la cresta de la ola desde 1964 con una regularidad y una capacidad de trabajo impresionantes, más o menos altibajos. En algunas de sus obras, es fácil reprocharle un sentimentalismo banal en torno a la rememoración romántica o un erotismo de telefilme, como “A media luz” (2008), sobre la fama póstuma de un hombre muerto heroicamente –tras salvar de ahogarse a una niña en el río Hudson– al que le rodeaba un enjambre de mujeres para las cuales era todo un amor platónico.
En el otro
extremo, la autora neoyorquina, insistiendo en novelas monumentales, lograba
textos excelsos como “Carthage” (2014), cuyo cebo era la desaparición de una
joven: una acción desarrollada con tal paciencia narrativa y una habilidad para
dosificar la información, que el lector quedaba atrapado desde la primera hasta
la última página, sin flaquezas ni lagunas, a medida que el drama que se vivía
en el pueblo que daba título al libro evolucionaba durante los siete años que
duraba todo y en el que cada personaje iba a ver cómo se descomponía su
existencia. Y de repente, en su incansable tarea, venía otra obra menor, como
la novela corta “Rey de Picas: una novela de suspense” (2016), en la que un
escritor de éxito era perseguido por acusaciones de plagio y no salía indemne pese
a ser inocente.
La América profunda
Ahora, con
otro escrito mastodóntico, “Un libro de mártires americanos” (traducción de
José Luis López Muñoz), Oates vuelve a la línea de “Carthage”, que tan
maravillosamente bien reflejó los Estados Unidos actuales. En esta ocasión, se
adentra con mano maestra en la psicología del religioso fanático, del
desequilibrado que confunde sus ideas en contra del aborto con la pulsión
asesina mientras oye mensajes divinos, en una localidad de Ohio. Conoceremos
entonces los contextos familiares de los dos personajes en que se apoya una
narración que recorre los años 1999-2012: el médico abortista Augustus
Voorhees, y su asesino, Luther Amos Dunphy, más las extensiones de estos
representadas por sendas hijas: la boxeadora Dawn Dunphy y la documentalista
Naomi Voorhees.
Por eso “Un
libro de mártires americanos” trata de cómo afrontar y de alguna manera
solucionar el pasado que se ha heredado por vía sanguínea. Oates pincela la
mente del criminal y su entorno (esposa e hijos) de manera memorable, y
estructura lo relacionado con el médico en forma de “archivo”, con
conversaciones y recuerdos; un recurso original que nos coloca en la tragedia
de la muerte y el hostigamiento de los ultracatólicos violentos. La autora así
pone encima de la mesa asuntos espinosos como el aborto o la pena de muerte,
desde dentro, desde el hogar, y cómo es señalado “el asesino de bebés” hasta
que éste es disparado y la familia queda aniquilada. Se abre, pues, una
investigación por parte de Naomi que se funde con su historia personal, más la
llegada del juicio a Dunphy, lo que a la vez es una meditación de lo que
significa la pena de muerte –como también se había visto de forma espectacular
en “Carthage”–, hasta que llega un conmovedor final y dejamos atrás una novela
intensa en su psicologismo y valiente en sus propósitos.
Publicado
en La Razón, 6-X-2017