Con el Nobel otorgado a Kazuo Ishiguro, cabe pensar que se premia a toda
una generación en la que hay que colocar a Graham Swift, Martin Amis, Julian
Barnes, Hanif Kureishi o Ian McEvan, la cual comparte inquietudes similares
frente a la sociedad inglesa o el pasado del Reino Unido; algo que se ha ido
fortaleciendo gracias a las adaptaciones cinematográficas de varias de las
novelas de estos escritores –londinenses de espíritu, pues autor y ciudad se
alimentan y se funden en nuestra era moderna– que han mostrado el pálpito de la historia y su herencia –tópicos,
hábitos y tradiciones– a lo largo y ancho de las centenarias calles de la
capital británica.
En su momento, Barnes sorprendió con una novela con la que criticó la
sociedad con pautas simbólicas: «Inglaterra, Inglaterra», en la que creaba una
especie de antiutopía a partir de las aventuras de un
magnate, sir Jack Pitman, que se proponía la construcción de su obra magna: una
Inglaterra que contuviera todas las cosas que caracterizan a la nación para
que, en una especie de parque temático, el visitante obtuviera una visión no
sólo de la capital, sino de sus parajes naturales más importantes, incluyendo
en ellos el bosque de Sherwood con el mismísimo Robin Hood. El escritor quería,
según sus mismas palabras, «contar una historia que incluyera una serie de
reflexiones sobre la naturaleza de la identidad británico-inglesa, y los
cambios que están teniendo lugar en ella a la vuela del próximo milenio».
Asimismo, dentro de esta misma postura, aunque más arraigado
a las necesidades cotidianas del ciudadano de barrio, se encontraría la mejor obra de Amis, «Campos de Londres», que
abordaba asuntos conflictivos –en relación con el sexo, las drogas, la
violencia, el armamento nuclear, el deterioro del medio ambiente– a partir de
los sentimientos de los personajes y su implicación inevitable con su entorno
social. Por su parte, McEwan despertó una tremenda expectación en los medios
ingleses al publicar su novela «Saturday», donde se atrevía a entrar en temas
de alcance internacional; en ella, su protagonista, un neurocirujano,
experimentaba un punto de inflexión el 15 de febrero de 2003, el día en que un
millón de personas se manifestó en Londres contra la guerra de Irak.
Ishiguro puede añadirse a
esa oleada de grandes escritores que han hecho del suelo que ve sus pasos alta
literatura, en su caso incursionando en el país más allá de Londres en diversos
casos. De esta manera, en “El gigante
enterrado”, viajaba a una Edad Media artúrica llena de misterio, desapariciones
y niebla; en la conocida “Los restos del día”, contextualizada en 1956, hablaba
de una mansión cercana a Devon mediante la relación entre un mayordomo y un ama
de llaves; en “Nunca me abandones”, la acción transcurría en un internado de Sussex
Oriental; y en “Cuando fuimos huérfanos”, aparecía la vida de los años treinta
a partir de las peripecias de un famoso detective de Londres. Obras firmadas
por un hombre de ojos rasgados que ha imprimido una renovada visión de la
campiña inglesa, que tanto juego narrativo lleva dando desde hace cientos de
años.
Publicado en La Razón, 6-X-2017