Una adicción a
la bebida que iba mucho más que la tentación de un borracho común, un desorden
vital sólo aparente, pues entre sus cartas y pensamientos literarios se esconde
un ser de una inteligencia y sensibilidad superiores, la sensación de fracaso
–sobre todo relacionada con que el lector no asimilara de manera completa la
secreta simbología de su obra «Bajo el volcán» (1947)– y perplejidad ante el
éxito, pues esta obra sería pronto objeto de culto, serían algunos de los
apuntes que se podrían hacer de la personalidad de Malcolm Lowry (1909-1957). Un hombre que buscó en la
naturaleza, la natación y el golf el paraíso perdido que nunca tuvo en sus
orígenes provincianos cerca de Liverpool.
Lowry quiso ser Kafka,
quiso ser Melville, y en cierta manera consiguió ambas cosas extrayendo de sus
dos iconos literarios lo necesario para que su talento echara a navegar. En una
carta de 1940 hablaba de la siguiente aspiración con respecto a su obra magna:
«Albergo la esperanza de que el libro pueda compararse favorablemente con
libros como “El proceso” de Kafka; pero sé de sobra que los libros como “El
proceso” raras veces son un éxito de ventas. De hecho, la primera condición
para que se vendan bien es, al parecer, la persecución y la muerte del autor».
Y aunque en efecto la veneración por su obra se amplió tras su muerte, en su
momento obtuvo un gran reconocimiento, aun no asumiéndolo de buena gana, como
se lee en el poema «Tras la publicación de “Bajo el volcán”»: «El éxito es como
un terrible desastre».
En referencia
al autor de «Moby Dick», cuya adaptación al cine por parte de John Huston le
pareció desastrosa –precisamente éste llevaría a la gran pantalla «Bajo el
volcán»–, hizo lo que él autor norteamericano al escribir sobre la ballena
blanca, es decir, basarse en experiencias marítimas propias. Así nació
«Ultramarina» (1933), a partir de sus diarios de viaje a Oriente en un buque
mercante a la edad de dieciocho años, y también su última novela, «Ferry de
octubre a Gabriola» –la edición original es de 1970–, la cual no tuvo tiempo de
revisar al llegarle la muerte en Inglaterra por un exceso de barbitúricos
mezclados con alcohol.
Una novela en llamas
En estas
narraciones Lowry ofrecía tanto un trayecto marítimo como un viaje interior
también del protagonista y su mujer. Y del mismo modo se puede hablar de la
obra que Malpaso pone a la venta este día 28 de agosto, “Rumbo al mar blanco” (traducción
de Ignacio Villaro Gumpert) o, en su inglés original, “In Ballast to the
White Sea”, título que merece una explicación por parte de la editorial:
«Literalmente “en lastre hacia el Mar Blanco”. Se dice que un barco navega en
lastre cuando no transporta mercancías y solo lleva el material necesario (bolsas
de arena, por ejemplo) para mantener la estabilidad». La obra, que empieza
contando cómo dos hermanos se reconcilian tras sufrir unas diferencias con el
trasfondo de un naufragio del barco de su padre que ha costado vidas humanas, presenta
una curiosa y atormentada historia detrás, como ocurre con la mayoría de
manuscritos del autor natural de la ciudad británica de Cheshire y que viviría
en Nueva York y Hollywood. Una historia que tiene que ver con el incendio que
destruyó su casa el 7 de junio de 1944.
Se cuenta que su
mujer por entonces, Margerie Bonner, se internó en las llamas y consiguió
salvar las páginas de “Bajo el volcán”, y que fue Lowry quien luego intentó
meterse entre las llamas para recuperar la novela en la que estaba trabajando
desde 1931. “De las mil hojas que acumulaba aquella obra en marcha solo
quedaron unos poco papeles chamuscados: era un montón de ceniza. La pérdida del
texto fue una de las heridas que atormentaron a Lowry hasta su muerte. En
numerosas cartas aludiría a la gran empresa malograda, al dolor de un proyecto
fatalmente devorado por el fuego”, explica el editor. Pero lo sorprendente es
que el autor pareció olvidar que en 1936, poco antes de viajar a México con su
primera esposa, la ex actriz Jan Gabrial, él mismo dejó una copia del
manuscrito de “Rumbo al mar Blanco” en la casa de su suegra en Nueva York: “Allí
durmió el papel carbón durante cuatro décadas sin que nadie osara turbar su
inexplicable reposo”. Fue tras la muerte de Margerie en 1988, cuando se
encontró la obra y se depositó en los archivos de la New York Public Library.
Alma marítima de poeta
El texto se abre con la referencia universitaria de
Cambridge, donde Lowry adquirió su costumbre de beber; mucho tiempo después, lo encerrarían en la
cárcel de Oaxaca aún no se sabe muy bien por qué (por alcoholismo, por no tener
papeles en regla) y se aislaría en una cabaña de Canadá durante los años
1941-1944 para escribir la cuarta versión de «Bajo el volcán», que doce
editoriales rechazaron publicar en el lapso de unos pocos meses; era la misma
obra que Orson Welles descartó llevar al cine porque en ella «no pasaba nada».
Porque lo que sucedía en sus páginas era el hecho de que Lowry había mirado su entorno para que
cada personaje naciera de un ser real: Ivonne, la ex esposa del cónsul Geoffrey Firmin, del que conocemos sus últimas horas de
vida y alcoholismo hasta que unos policías fascistas le asesinan, era Jan
Gabrial, que también inspiró la mujer de «Oscuro como la tumba en la que yace mi amigo», que vio la luz hace más de tres décadas a partir de un
manuscrito preparado por Margerie y su biógrafo Douglas Day.
En esta otra obra recuperada, surgía como telón de fondo
Cuernavaca, el mismo escenario de «Bajo el volcán»; asimismo, el protagonista
se llamaba Sigbjørn, como uno de los hermanos de “Rumbo al mar Blanco (el otro es
Tor), novela que está preñada de poesía como todos sus textos, incluso en los
diálogos de los personajes, llenos de simbolismo: “Fíjate, Tor, lo
recto y despejado que debía de parecer el camino. ¿Crees que aquel último
ahorcado vio extenderse la senda ante sus ojos, que aunque sabía que su cuerpo
pronto estaría columpiándose en el aire…?”, dice Sigbjørn, por ejemplo, en la
larga conversación inicial. Este estilo constituirá la razón de ser literaria de
Lowry, su huella artística.
En su propia definición de
«Bajo el volcán», que apareció en el prólogo a la edición francesa, escribía:
«Puede ser considerada como una especie de sinfonía, como una ópera, o como una
película de vaqueros. Yo quise hacer música hot, un poema, una canción, una
tragedia, una comedia, una farsa, y así sucesivamente. Es superficial,
profunda, distraída, pesada, según los gustos. Es una profecía, una advertencia
política, un criptograma, una película cómica, un absurdo, una frase sobre el
muro». Así cabe acercarse a todas sus creaciones, también a la inacabada y
misteriosa “Rumbo al mar Blanco”: una charla culta sobre la vida, sobre embarcarse y regresar a
puerto, en clave lírica y anhelante –“Mientras contemplan el puerto soleado, uno de los cargueros leva el
ancla y lo ven salir a la bahía y alejarse más allá del fiordo, más allá de sus
sueños y de su conocimiento”– del que fuera un narrador con alma de poeta.
Publicado
en La Razón, 27-VIII-2017