En 1889, Lev Tolstói publicaba la novela corta «La sonata a Kreutzer», en la que un hombre mataba a su mujer tras sospechar que le era infiel con el músico junto al que interpretaba la obra de Beethoven que daba el título al libro, una composición para violín y piano de 1802 llena de ondulaciones emocionales. El escritor ruso no elegía esa pieza de manera arbitraria. Los celos que atraviesan las páginas, más otros sentimientos insondables del alma humana y que el lector encaraba por medio de las reacciones del protagonista, parecían reflejarse en aquella música pasional, toda una montaña rusa de afectos y angustias. Ludwig van Beethoven creó la también llamada «Sonata nº 9 en la mayor» con prisas y, sin embargo, el resultado fue crucial para él: iba a ser «una obra decisiva, e incluso galvanizadora, del nuevo camino: otro salto en madurez y confianza, un momento en el que –en otro género más– escapaba de su modelo Mozart».
Lo explica Jan Swafford, hacia la página 500, en esta impresionante biografía, «Beethoven. Tormento y triunfo» (traducción de Juan Lucas), en la que marca las diferentes etapas de un compositor que, como asegura en la introducción, tanto por su personalidad irritable y su poliédrica obra, «se convirtió en la quintaesencia del genio romántico en una época que estableció un culto al genio que, para bien y para mal, se ha mantenido hasta nuestros días». Swafford evita mistificaciones y afronta su trabajo abordando a Beethoven como hombre y como músico, en sus vulgaridades y excelencias, a ras de suelo, a ras de teclado. Ensimismado en sus pensamientos, cuando no áspero de trato, ya el niño y adolescente Ludwig, tan afectuoso como conflictivo, surge ante nuestros ojos con una vivacidad extraordinaria gracias al trabajo de búsqueda de fuentes históricas y a la prosa excelente, culta y amena, didáctica y detallista, de este compositor de Tennessee.
Mozart como modelo
Lo maravilloso de este libro es que, en paralelo a la biografía del músico de Bonn, conocemos lo que significó por ejemplo la Ilustración en los territorios germanos que vieron cómo Johann van Beethoven quiso emular al padre de Mozart, promocionando a su hijo en salones privados, o cómo se fue instaurando el grupo de «Illuminati» y los valores masónicos en Europa. Muy en particular, Swafford pone el acento en cómo el joven prodigioso que empieza a componer e improvisar de forma muy precoz va encontrando su voz artística experimentando y estudiando sin descanso, haciendo en efecto de Mozart un talismán, «el modelo al que regresaría año tras año en busca de ideas e inspiración».
Es, nos dice el autor, mediante el músico de Salzburgo –solo les separaban catorce años– que Beethoven se descubre a sí mismo. Y lo que va a descubrir es, gracias a uno de sus maestros de juventud, Christian Neefe, que observar los sentimientos humanos era una manera de encontrar temas para su música. Así, el biógrafo ve en Beethoven a alguien que ascendió en el mundo por sus dotes, por su gracia interior, por su implacable voluntad de aprender y crecer en todos los sentidos, consciente de que «la música se moldeaba no solo sobre formas, sino también sobre pasiones y caracteres». Y, sin embargo, veremos también a un músico que no conoció la humanidad por no lograr disfrutar del verdadero amor.
Publicado en La Razón, 23-XI-2017