miércoles, 13 de marzo de 2019

Entrevista capotiana a Adolfo Domínguez


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Adolfo Domínguez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una casa construida sobre una colina desde la que veo una presa inmensa, como el mar. No ves la orilla. Una brisa cálida, que me desnuda por dentro, sopla siempre. La luz del cielo no nos deja dormir.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, el ser humano tiene un cerebro tan poderoso, un lenguaje con tantos matices, desde Shakespeare a Charlot, que lo hace el animal más divertido del universo que conocemos.
¿Es usted cruel?
No, pero si me tocara alguien al lado cruel, que sucede, y fuera a por mí o por otros, lo destruiría sin dudarlo aunque me fuera la vida en ello. No me quedaría quietito.
¿Tiene muchos amigos?
Vivo y trabajo entre gente, pero soy introvertido, para descansar necesito estar solo. No desconecto entre la multitud o en una discoteca. Necesito la naturaleza.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que me descubran cosas que me lleven a otro lugar. Sea música, física o botánica.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Ya no. Todo cambia, las alianzas, los amores son cambiantes. Ya lo he aceptado hace mucho tiempo.
¿Es usted una persona sincera? 
Solo con la gente a la que quieres mucho. Con el resto prefiero ser cortés. La vida sería invivible si todos fuéramos contando lo que pasa por nuestras cabezas.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Yo usé mi tiempo libre escribiendo. Me encanta y me ayudó a poner orden en mi vida.
¿Qué le da más miedo?
Ya no me da miedo nada. Con los años acepté que, aunque todo es frágil, en la vida hay que empeñarse en construir. Pero si viene un vendaval, escapa si puedes y empieza a hacer tu nido en otro lado. Sin más dramas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Nada humano me sorprende, todo es posible, lo sublime y lo horrible. La vida es amor y muerte. Y todo cambia. Y no escapamos a la ley de la entropía, es una ley física. Un castillo de arena en la playa, en pocos días vuelve a ser arena.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Hacer un jardín, por ejemplo, aunque nunca tuve tiempo para ello. A mí me gustan muchas cosas.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Siempre lo practiqué. Natación hasta hace poco y desde entonces yoga diario. Soy adicto.
¿Sabe cocinar?
Muy pocas cosas. Gazpacho, salmorejo que me encantan y las ensaladas que suelo tomar, por ejemplo, la de apio, nueces y manzana. Y mucha fruta. No soy de cocinar con fuego. Yo aún no llegué ahí (es un invento raro)
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Darwin y el viaje del Beagle. Es una odisea reciente. Y aun no hubo un Homero que lo contara. Las novelas que hay sobre ese viaje son insuficientes.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Patria.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, pero no lo hice gracias a Dios.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Nací con gen igualitarista, pero valoro la libertad sobre todas las cosas. Sobre ese eje cuajaron las únicas sociedades en las que merece la pena vivir. No me gustan las ciudades dirigidas por clérigos o militares. Las prefiero dirigidas por mercaderes, inventaron y sostuvieron la democracia. Atenas, Amsterdam… y de ahí, todas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Quizás físico y si no, pianista.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Inconfesables. Pertenezco a un tiempo que diferencia lo público de lo privado.
¿Y sus virtudes?
Que las digan los que me rodean. Uno no es objetivo, aunque los otros tampoco.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Ninguna. Se me revelaría, por fin, el gran azul, ese que me acecha desde que nací.
T. M.