De continuo Charles Bukowski nos desafía como lectores sin prejuicios, desobedientes de todo lo que proceda de la crítica oficial o de las normas de pensamiento convencionales. Por eso sigue siendo el rey de la cultura «underground», de la rebeldía, del «spleen» y del erotismo literario moderno. Así lo entendió Gregorio Morales, que lo incluyó en su «Antología de la literatura erótica» (1998) destacando su capacidad de subversión: «Solo quien renuncia a las comodidades y cantos de cisne de la sociedad contemporánea puede ser el héroe. En este mundo donde todo es imagen y publicidad, Bukowski opta por la verdad». Y la verdad se presenta de manera desgarrada, muchas veces desde la mente pervertida masculina, que él supo explotar para ganar dinero publicando en revistas para adultos. Ahora tenemos una nueva oportunidad para dejarnos sorprender con su prosa corrosiva, gracias a «Las campanas no doblan por nadie», título tomado del último relato que se recoge aquí y que ha traducido Eduardo Iriarte Goñi con su habilidad habitual. Se trata de cuentos extraídos, sobre todo de la serie que Bukowski fue publicando en «L. A. Free Press», con el título de «Escritos de un viejo indecente» en los años 70, y se pueden leer otros que aparecieron, por ejemplo, en las revistas «Hustler» y «Oui» en los 80 e incluso uno que jamás vio la luz, de 1948, «Una cara amable, comprensiva».
El responsable de la edición, David Stephen Calonne, dice que es posible percibir la evolución del autor –algo que me atrevería a cuestionar, pues Bukowski cultivó con coherencia su voz narrativa– y encuentra un nexo común: «En Bukowski, el narrador acostumbra a observar lo que ocurre sin poder hacer nada, sin comentarlo. Es al mismo tiempo cuasiparticipante y observador». Tal cosa, en efecto, es una de las audacias de los argumentos del escritor, que presenta escenas de sexo y violencia, fundamentalmente, en un entorno de alcohol, demencia y perdición total, con la figura femenina como objeto sexual o ser entregado obsesivamente al hombre, a veces el propio Bukowski parapetado en su seudónimo Chinaski, el «alter ego» que ideó para su primer libro, «Cartero» (1971). Sin embargo, advierte Calonne, «estos relatos también dejan constancia de la amplia variedad de registros de Bukowski; puede ser ingenioso, despreocupado, íntimo y zalamero y prueba suerte con diferentes géneros: ciencia ficción, una parodia de ''western'', relatos sobre ''jockeys'' y jugadores de fútbol americano»; e incluso abordará en algunas páginas delirantes «la agitación política y social del segundo lustro de la década de 1960».
De la vida al relato
Desde los tiempos de la Gran Depresión, Bukowski ya había decidido estar borracho siempre y escribir narrativa. Así, desde joven se enfrenta a la vida más dura y autodestructiva en lo que acabará constituyendo la mejor fuente para sus escritos, que reflejan el persistente guiño suicida o la autoparodia en torno a la propia calamidad. A veces buscada mediante relaciones tormentosas con mujeres o perdiendo dinero sin parar en el hipódromo. Todo ello está reflejado en este libro, espejo de ciertas experiencias como la que vivió en 1951, cuando vivió con una mujer de la calle llamada Jane, juerguista y alcohólica, con la que discutía agresivamente. En otra de sus ediciones, Calonne definía el estilo de Bukowski como una combinación de «dureza existencial» y «brío cómico». En esta novedad tal afirmación vuelve a tener sentido, por más que haya algunas historias disparatadas, con asesinos o secuestradores de aviones convertidos a la vez en violadores de azafatas.
No estamos ante el Bukowski que conocíamos, el que habla de los desposeídos, ignorados, antisociales: de sí mismo, en definitiva. Más bien ante el que da rienda suelta a su imaginación pornográfica, con destellos de humor desternillante, y está pendiente de convertir en negro sobre blanco las mil y una anécdotas que vivió en persona en las calles de Los Ángeles, como autor reconocido al que la gente quería conocer. Gentes fascinadas por los escritos de un hombre que combinó la dureza y el entretenimiento y que tuvo un punto de inflexión en 1969, cuando John Martin, responsable de Black Sparrow Press, decidió ayudarle económicamente para que se dedicase íntegramente a la literatura; es entonces cuando acaba su primera novela y empieza a hacerse popular gracias a su serie «indecente», siempre con un toque erótico decadente pero no apto para feministas.
Publicado en La Razón, 4-IV-2019