sábado, 8 de junio de 2019

Las aventuras de un autor sedentario


Probablemente, hoy no haya jóvenes que se interesen por Emilio Salgari. Tal vez, mi generación sea la última en España que conserve en sus estanterías algunas de sus narraciones sobre filibusteros (en mi viejo ejemplar de Bruguera de 1981, “El corsario negro” ilustrado sigue mirando al horizonte, dominando el timón de su nave, con su sable y su pelo al viento). Desde luego, en la actualidad todavía se siguen leyendo historias de aventuras navales, pero sólo se atiende al vendible género de la novela histórica o a clásicos cuya calidad va más allá de su contexto marítimo para constituir grandes creaciones psicológicas, como “Benito Cereno” de Herman Melville. Y sin embargo, el autor veronés aún pervive en la memoria colectiva, siquiera en las evocaciones infantiles de los muy mayores y en la pantalla de cine y televisión que puso rostro a Sandokán –personaje heredero del capitán Nemo y de otras invenciones de Verne, al que Salgari admiraba tanto–, y también al caballero Roccabruna, a unas peripecias que nos devuelven al mundo de la aventura por la aventura, de una épica humanizada.

El escritor malvivió con miles de páginas a las exigencias editoriales, combatiendo la injusticia con la iniciativa de la acción proyectada en sus protagonistas, que pisaban los polos, el Salvaje Oeste, la India, Siberia, África o Australia, lugares que Salgari visitó sólo con la imaginación, salvo cuando emprendió un viaje oceánico, muy joven, hacia la India de Sandokán. Y en esos viajes imaginarios cabe colocar “En las montañas del atlas” (Ático de los Libros, en que se cuenta cómo el noble húngaro Michele Cernazé, después de echar a perder su dinero en los casinos de Montecarlo, toma una decisión con la redimirse: incorporarse a la Legión Extranjera francesa. Una ocasión de oro para que Salgari componga un personaje que recuerda su pasado como soldado en la guerra de México y ha de enfrentarse a la dureza del desierto africano; hasta tal punto, que, al tratar de desertar, es capturado y se le hace un consejo de guerra. Y es en ese momento cuando el aventurero narrador que todos recordamos alcanza sus cúspides narrativas, cuando Michele logre escapar y trate de esconderse en las montañas del Atlas, donde la vivacidad de peligro e imprevisible se hace palpitante prosa narrativa.

Publicado en La Razón, 31-V-2019