En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Manuel Aparicio Villalba.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Me
sumergiría en cualquier postal de las calles de mi infancia. Ese sería el
espacio, su tiempo el verano, desde el inicio de las vacaciones escolares y
antes de que emitieran los odiosos anuncios de la vuelta al cole. La postal tendría
una tonalidad retro, como aquellas fotografías en color en las que brillan el
magenta y el amarillo, y que cuando las miras, sabes que solamente las separa
del blanco y negro una generación. Aquel espacio era solo una manzana de seis
callejuelas con suelo de terrizo, donde las horas eran largas, inmunes al
aburrimiento, y su espacio luminoso por el sol de Sevilla. Allí, quedaría jugando
al corro mientras plantaba flores a la moda de París, agarrado a la mano de mi
hermana o intercambiando esquinas en la intersección de las calles Sigüenza y Calatayud
con mi amigo Miguel Ángel. No puedo poner nombres a los otros tres niños que
ocupaban las tres esquinitas restantes. Hace tiempo que me olvidé de sus
rostros, pero tengo la certeza de que disfrutaría volviendo a corretear con
ellos.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero a
la gente que no hace daño a los animales ni a las personas. Yo tengo una gata,
se llama Luna. La llamo y me mira. A veces busca con su lomo el roce de mis piernas
y me enternece. La considero de la familia. Incluso cuando la llevo a su
veterinaria y lo comento con alguien, me confundo y digo que la he llevado al
pediatra. No obstante, sé diferenciar entre la realidad y el sucedáneo. Un buen
animal te puede hacer compañía, pero las personas son tu compañía.
¿Es usted cruel?
No, aunque no me
faltaría motivos para serlo. La crueldad es una degeneración de la mente humana
y no he llegado a ese estado.
¿Tiene muchos amigos?
Los justos, los
injustos se fueron cayendo por el camino. La amistad, al igual que otras
facetas de la vida, se convierte en una selección natural en la que sólo quedan
los mejores.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sentirme querido,
nunca utilizado. No hay nada peor en la amistad que sentirte instrumentalizado
por intereses espurios. Por eso tengo los amigos justos, a través de una
selección natural de bondad y cariño. Al final, uno acaba diferenciando entre
amigos, compañeros, colegas, conocidos e indiferentes. Las fronteras deben ser
claras y sus muros altos. De no ser así, pueden contaminar tu entorno.
¿Suelen decepcionarle sus
amigos?
Los que lo hicieron ya
no lo son y nunca lo serán. Han entrado a formar parte de otra categoría; los
indiferentes. Un amigo te puede olvidar por el propio desgaste de la vida, te
puede ofender sin ser consciente, incluso te puede hacer sufrir por una dejadez
que a veces ni percibe. Digamos que todos esos daños son heridas curables que
suelen remitir con un simple reencuentro, pero si decepciona la esencia de la
amistad, esa que se basa en un código de honor no escrito, está matando algo
que ya no se puede resucitar.
¿Es usted una persona sincera?
Lo
necesario. Hay muy pocas personas totalmente sinceras. Si yo lo fuera, sería
cruel. La sinceridad absoluta supone primero no engañarse uno mismo y solemos
hacer trampas en el solitario para soportar mejor la vida. Con relación a los
otros, nos haría desagradables y nos quitaría de un plumazo la capacidad de
compasión.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Al compás de las
estaciones. En invierno, tapado bajo una ropa de camilla mientras veo una de
esas películas que duran cuatro horas. En verano, tendido en una hamaca leyendo
libros en la arena de una playa hasta el anochecer. En primavera viviendo y en
otoño, en otoño simplemente no hay lugar para el tiempo libre.
¿Qué le da más miedo?
Que sufran
mis seres queridos, que alguno de ellos muera antes que yo, o que el día de
mañana no tenga fuerzas para ir al baño… La vida está llena de tantos miedos, y
lo peor es la seguridad de que irán llegando.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
Me escandaliza la
sinrazón y la barbarie en estos tiempos modernos. Los jinetes del apocalipsis
regresan de un pasado que creíamos enterrado. Ojalá tuviera el don de la
clarividencia para hacerles ver lo que es evidente, pero con ellos es
imposible, son refractarios a la humanidad.
Me escandaliza los
hombres que matan a las mujeres, y los hombres que cuestionan esas
estadísticas. Me escandaliza una esclavitud que he visto con mis propios ojos
en Mauritania. Me escandaliza que en nombre de un Dios monoteísta se pueda
matar. Me escandaliza pintar en el mapa nuevas fronteras en vez de borrarlas. No
paro de escandalizarme.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Lo que
hago todas las mañanas, gestionar hospitales. La literatura no es mi profesión.
Con ella no pago facturas ni me conceden créditos en el banco. Por tanto, tengo
que darle la vuelta a la pregunta: Si no me dedicara a lo que me dedico ahora,
me gustaría ser escritor.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Ninguno.
Me cansa la práctica de cualquier deporte y me aburre su visionado por
televisión. Soy consciente de lo sano que es caminar. Durante algunas etapas de
mi vida, con total desinterés, lo tomo como una rutina a realizar, pero últimamente
lo he cambiado para dedicarlo a escribir, que siendo más insano para el cuerpo,
me resulta más satisfactorio para la mente.
¿Sabe cocinar?
Sí, perfectamente. A
veces escucho a alguien decir que lo hace muy bien por saber hacer un arroz con
carabineros, o que es una actividad que le relaja mientras se toma un vaso de
vino y le da la vuelta a un filete en la plancha. No creo que entiendan el
alcance de saber cocinar. Su dimensión es mucho mayor. Es ponerse en el papel
de nuestras abuelas con todo su recetario. Saber cocinar es programar un menú
variado, realizar una compra de mercado, tener varios fogones encendidos al
mismo tiempo mientras preparas las viandas y por supuesto, dejar recogida la
cocina tras horas de batalla. Yo tengo una tarea los fines de semana: guisar
para mi madre. Eso supone reinventarme cada semana para elegir los distintos
primeros y segundos platos que envaso en fiambreras de plástico clasificadas
con pegatinas. Es una labor de horas y lo llevo haciendo durante años. Por eso
afirmo de forma contundente que sé cocinar.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Sin dudar, una mujer.
En una estructura patriarcal, los personajes masculinos han partido con ventaja
durante años, aunque solo sea por su capacidad aventurera. La creación de
grandes personajes femeninos ha necesitado mayor laboriosidad, más matices.
Además, me gusta la complementariedad de personajes. Esa dualidad con la que
mutuamente se va enriqueciendo, como Fortunata y Jacinta, como Amaranta Buendía
y Rebeca. En esa dualidad femenina, elegiría a Davinia y Che, o a Che y
Davinia, las protagonistas de mi novela «El retratista de los niños muertos»
Ellas me han desbordado porque me han contado secretos que solo se hablan entre
mujeres. Llegado al final de la narración, no podía imaginar la fuerza que ambas
habían tomado. Y empleo el término tomado, porque lo hicieron al asalto. Yo
solo he sido un mero transmisor de lo que deseaban susurrarme noche tras noche.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Resiliencia.
Desconozco si este término puede ser traducido a otro idioma, pero en español
es la palabra con más carga de esperanza y con la sonoridad más bella que he
escuchado. La RAE la define como la capacidad que tiene un grupo o una persona
de recuperarse de la adversidad para
seguir proyectando el futuro. Ahí la dejo.
¿Y la más peligrosa?
No hay palabras
peligrosas, es el tono quien las arma de peligro.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Directamente, no;
indirectamente, sí. Cuando me llegan noticias de la atrocidad de un crimen, soy
el primero en decir «yo entregaría a la familia de la víctima a ese asesino».
Por suerte, estoy en una sociedad que me protege de esos pensamientos tan
primarios y como escritor, puedo volcar esa furia matando a los indeseables en
mis novelas.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Yo hablaría de
perspectivas sociales. No me gusta la política ni las personas que la ejercen.
Hay que ser muy maquiavélico para dedicarse a ello. Tener trasfondo y no me fío
de las personas con subterfugios. La política lleva al posicionamiento, y el
posicionamiento a la intransigencia. Dicho lo cual, mi perspectiva social, no
política, es la de un mundo justo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Ganador
del euromillón. Ya no tendría el problema del tiempo libre, pues haría que las
estaciones se ajustarán a mí. No cruzaría ningún paralelo en una tierra de
otoño.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los que ni siquiera
yo he descubierto. El día que los descubra, seré consecuente con la respuesta a
la pregunta si soy una persona sincera y mentiré.
¿Y sus virtudes?
Siguiendo con la
coherencia a la respuesta dada sobre la sinceridad. Diré que con las que me engaño a mí mismo
haciendo trampas al solitario para que la vida sea más soportable.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Una vez, vi
un documental sobre la mente humana. Creo que era de la BBC. Explicaba el
funcionamiento de nuestro cerebro ante distintas alarmas y una evidencia
científica me llamó poderosamente la atención. Nuestro sistema nervioso ante un
peligro de muerte procesa la información más rápidamente, minimizando el tiempo
de respuesta. Las imágenes que nos envía en ese momento son en blanco y negro
para ahorrar los microsegundos de la configuración del color. Así que lo último
que veré en mi vida será un retrato en blanco negro. No podré observar esa
postal en color magenta y amarillo que rememoraba en la primera pregunta, sino
un caledotipo de un paisaje de otra época que no reconoceré.
T. M.