viernes, 20 de diciembre de 2019

Entrevista capotiana a Rosario Izquierdo


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rosario Izquierdo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Quisiera un jardín con árboles. No muy grande, selvático, cerrado, con buena techumbre y los muebles precisos.
¿Prefiere los animales a la gente?
Algunas veces prefiero mi gata a ciertas personas. Y, otras, creo preferir las plantas a todo lo demás.
¿Es usted cruel?
Sé serlo, pero me ejercito en la contención.
¿Tiene muchos amigos?
No mucha cantidad. Sí de larga duración.  Son  siempre bienvenidas las nuevas amistades que van llegando, aunque a veces sea un poco huraña.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco cualidades. Valoro la honestidad, la empatía, la bondad, el sentido del humor. Y ser sorprendida con cualidades que no se me ocurriría nombrar en un cuestionario.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Decepciones profundas ha habido unas pocas a lo largo de los años, y he terminado esas relaciones de un carpetazo contundente, sin arrepentimientos.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí. Aunque a veces disimulo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Es fértil estar sin hacer nada, vagabundear, hablar sin prisas con mi hija y con mi hijo, ver películas con mi marido, observar a la gente.
¿Qué le da más miedo?
La destrucción de la naturaleza, la debilidad de los lazos comunitarios que nos ayudarían a protegerla. Total, las diversas catástrofes que proceden del individualismo y del consumismo exacerbados.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La mentira institucionalizada, ese empeño en negar la desigualdad de oportunidades por razón de sexo o clase social, y achacarla a la voluntad individual. Además, y acompañando a lo anterior, la política como espectáculo y el espectáculo como política.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No hice la elección consciente de ser escritora. Escribo desde niña pero apenas tengo ingresos ni hago vida social como escritora. Tengo, eso sí, una vida interior de escritora. Podría ser pianista, ajedrecista, cocinera o jardinera y ahí seguiría esa vida interior.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Andar mucho, hasta cansarme. Me ayuda a pensar. También el yoga y la natación, pero sin cansarme demasiado.
¿Sabe cocinar?
Desde los 20 años cocino casi a diario. Mis recetas son como de abuela de posguerra, tradicionales: arroces, cocido, guisos, lo que en Andalucía llamamos “cuchareo”. Un guiso de chocos con papas y culantro, al estilo de Huelva. O los alcauciles rellenos de mi abuela. Improviso, sin perder esas referencias. La comida exótica, que me encanta, prefiero comerla fuera de casa.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Un poco harta del culto a la personalidad y de tanta efeméride, mi personaje inolvidable iría por otros derroteros. Por ejemplo, elegiría la vida común de una mujer común que haya vivido durante el franquismo o esté sobreviviendo a las crisis de ahora sin perder la cabeza ni la alegría. Me interesaría rescatar cualquiera de esas vidas que han pasado y siguen pasando desapercibidas, que son ejemplares y encarnan el espíritu de su tiempo mejor que la de cualquier celebridad.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Para mí, ahora, la palabra es FEMINISMO.
¿Y la más peligrosa?
ODIO.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Me hubiera conformado con heridas leves.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Feministas y ecologistas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una flor de vida corta e intensa.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los que menos quiero contar aquí.
¿Y sus virtudes?
Mejor preguntar a quienes conviven y trabajan conmigo. Algunas verán.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Qué sé yo: los partos, las risas, los abrazos, incluso esos contratos de trabajo temporal que he firmado con una alegría insensata.
T. M.