De un tiempo a esta parte, el término “boliviariano” se ha instalado en
los debates públicos, en multitud de ocasiones usado de modo peyorativo, para denigrar
el régimen político venezolano desde que tomara el poder Hugo Chávez y
popularizara lo que se conoce, ciertamente, por bolivarianismo. Esta corriente de pensamiento político basada en la vida y obra de Simón Bolívar ha echado raíces en otros países con partidos de extrema izquierda, como Colombia, Bolivia, Perú, Ecuador y Panamá. De este modo, es del todo procedente, habida cuenta de que ya han pasado casi doscientos años desde la muerte del militar y político venezolano, fundador de las repúblicas de la Gran Colombia y Bolivia y uno de los líderes de la emancipación hispanoamericana frente al Imperio español, para volver al personaje y ver si, en efecto, las ideas que concibió y llevó a la práctica pueden asociarse a la realidad sociopolítica actual.
En este sentido,
no han sido pocos ni lejanos los intentos de captar la dimensión de tal figura,
por medio de diversos trabajos sobre todo dentro del ámbito hispano, pero cabe
ahora considerar esta biografía de la periodista Marie Arana (peruana que
escribe y publica en inglés, y reside en Estados Unidos) como la más definida y
definitiva del llamado Libertador (traducción
de Mateo Cardona y Cecilia Mesa). Su autora, una desconocida entre
nosotros hasta la fecha, ha publicado un libro de memorias sobre su crianza
bicultural, un par de novelas –una de ellas de corte satírico sobre la Amazonia
peruana– y esta biografía que vio la luz en el año 2013. El reto era de lo más
interesante, pues como dijo un comentarista de una revista norteamericana, Bolívar
aún hoy es un líder tan venerado como menospreciado.
El insoportable tópico de que
este ensayo o libro de historia se lee como una novela, de vez en cuando es
acertado, y este es el caso. De hecho, el trabajo da inicio con la escena de
cómo Bolívar “cabalgó hacia Santa Fe de Bogotá, capital del Nuevo Reino de
Granada, en la sofocante tarde del 10 de agosto de 1819. Había pasado treinta y
seis días recorriendo las llanuras inundadas de Venezuela y seis días marchando
sobre las vertiginosas nieves de los Andes”. El tercio de sus hombres había
muerto, y el resto estaba a duras penas vivos, helados por el frío y con las
armas oxidadas. Una hazaña que lo iba a colocar en la lista de militares
aguerridos como Napoleón y Aníbal, sobre todo cuando sus triunfos se difundían
y los españoles lo temían cada vez más. Y es que, al advertir el avance de
Bolívar, cuenta Arana, los agentes de la Corona lo dejaron todo y huyeron hacia
los cerros, con el virrey Juan José de Sámano disfrazado de indígena.
Guerrero y refinado
No llegaba al metro con setenta
centímetros ni a los sesenta kilos de peso, pero Bolívar se imponía con su
carisma y determinación, y no dudaba en ir a la guerra y morir por la causa que
defendió: la libertad de sus compatriotas después de ver cómo el Imperio
español había dado muerte a tantos. Hombre de múltiples habilidades –gran
bailarín y conversador, con conocimientos de latín y francés, viudo pero a la
vez seductor insaciable–, surge en este libro con todo su esplendor: «Pasaba
jornadas agotadoras a lomos de su caballo: su resistencia como jinete era
legendaria. Incluso los llaneros, domadores de caballos de las recias llanuras
venezolanas, lo llamaban con admiración “Culo de Hierro”. Como ellos, prefería
pasar las noches en una hamaca o envuelto en su capa sobre el suelo desnudo.
Pero se sentía igualmente cómodo en un salón de baile o en la ópera». Este es
el Bolívar que se abre paso hasta su amargo fin, pues murió enfermo de
tuberculosis, pobre, agraviado y difamado en todas las repúblicas que liberó.
Arana explica todas las acciones
del Libertador y cómo llegó a levantar semejantes suspicacias, por qué fue
expulsado de Bogotá, odiado por Perú y rechazado por su natal Venezuela, y fue
tildado de tirano. Y también cómo devino un símbolo cuando el tiempo diluyó sus
fracasos políticos, sobre todo cuando implantó en Perú (1824-1826) y Bolivia (1825-1826) un modelo constitucional llamado «monocrático», con un presidente vitalicio y hereditario, forjando con ello un régimen dictatorial, sin llegar a su ansiada unión hispanoamericana. Este sueño de un continente unificado partió de un hombre que no recibió entrenamiento militar formal, que mostró flagrantes contradicciones –“Hablaba con elocuencia sobre la justicia pero no siempre fue capaz de impartirla en el caos de la revolución”–, que le era difícil aceptar las críticas y, en definitiva, que “llegó a creer que los latinoamericanos no estaban preparados
para un gobierno verdaderamente democrático: abyectos, ignorantes, recelosos,
no comprendían cómo gobernarse a sí mismos, habiéndoles arrebatado
sistemáticamente esa experiencia sus opresores españoles”. Requerían, pensaba,
mano dura, lo cual le condujo a decisiones que alimentaron los ataques de sus
detractores, como el hecho de imponer un dictador en Venezuela. Algo que a más
de uno llevará a la comparación con el actual gobierno chavista de Nicolás
Maduro.
Publicado en La Razón, 9-I-2020