jueves, 9 de enero de 2020

Entrevista capotiana a Miguel A. Moreta-Lara


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de M. A. Moreta-Lara.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una gran ciudad (Lisboa, Ciudad de México) o una isla (también grande, Sicilia, por ejemplo). No me imagino en un lugar pequeño. Aborrezco las celdas, los ascensores, los ataúdes.
¿Prefiere los animales a la gente?
Desde que murió mi gato, prefiero a la gente, especialmente a la gente que ama a los animales.
¿Es usted cruel?
Quizá lo fui en algún momento. Todavía sufro cuando lo recuerdo.
¿Tiene muchos amigos?
“Muchos” no casa bien con “amigos”. “Buenos”, “verdaderos” tampoco le hace justicia a la amistad, esa forma del amor. Tengo amigos y amigas.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Inteligencia, sentido del humor, generosidad, complicidad…
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
¿Es usted una persona sincera? 
A veces. Por ejemplo, en esta encuesta.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Vagabundeando, flaneando y, sobre todo, leyendo. Aunque, ahora que lo pienso, para mí lo más dulce es no hacer nada, vaguear, cazar moscas imaginarias…
¿Qué le da más miedo?
Esta escena: una noche de tormenta, el viento que dobla las palmeras, y yo -un niño- solo en un parque; cuando consigo regresar a casa, una garra de un hombre enmascarado y con gabardina gris me amenaza. Es un terror infantil, bastante cinematográfico por otra parte, que me hacía entrar en pánico. Las alturas también me inmovilizan. Luego, hay otra sensación muy cercana al miedo, pero distinta: es el asco y la rabia. Me lo provocan el fascismo, el crimen machista, la tortura, el daño a los niños y a los más débiles…
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La riqueza, que se mira siempre en el espejo de la pobreza. También me escandaliza la belleza.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Digamos que soy escritor a ratos. Y lector permanentemente. “Si leyeras menos, escribirías más”, me reconvienen en casa. Siempre respondo lo mismo: “Se publican demasiados libros”. En definitiva: hubiera optado por convertirme en editor un semestre y la otra mitad del año, barman en un hotel del Caribe.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Una o dos veces por semana media hora de elíptica. Es mi coartada perfecta para regalarme a continuación media hora de baño turco y rematar con una cerveza.
¿Sabe cocinar?
Amigos y familiares no suelen levantarse descontentos de mi mesa.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Entre los muertos, a Sócrates (el futbolista brasileiro, no el filósofo griego). Entre los vivos, al encargado de las finanzas vaticanas, o, en su defecto, a la(s) monjita(s) que atiende(n) a Ratzinger.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Justicia.
¿Y la más peligrosa?
Libertad. Peligrosa por pervertida, manipulada, maleada…
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Nunca. Solo una cosa hay más terrible que la muerte: matar. Me confieso un cobarde integral.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
De ideales ácratas y certezas socialistas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un pirata honrado, una bruja hermosa o un príncipe malo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Comer, beber y arder… Ah, y la pereza…
¿Y sus virtudes?
Amistoso, altruista, quizá lo siga siendo… Trabajador hasta el detalle, lo fui… ¡quién sabe!
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Tuve a los doce años un episodio bastante real de ahogarme, practicando buceo y sé lo que es: en esos momentos entreví en unos segundos un chorro de escenas familiares muy cotidianas y cinéticas… Ahora, que estoy talludito, imagino que solo alcanzaría a decir: “Os quiero, adiós”.
T. M.