La historia de Fredrika Bremer es digna de conocerse. Nació en 1801 en Åbo (hoy Turku, en Finlandia) y se mudó de niña a la ciudad de Estocolmo, cerca de la cual sus padres compraron un castillo del siglo XVII. Desde muy joven colaboró con instituciones benéficas y, con el fin de recaudar dinero para estas, se dispuso a escribir. Tras el éxito de una serie de esbozos de la vida cotidiana (de 1828 a 1858) se entregó a la literatura, y se forjó la imagen de una «Jane Austen sueca» –así fue como se promocionó su obra en Estados Unidos–cuando publicó esta novela (traducción de Carmen Montes Cano) en 1837. Pionera en los derechos de los niños, las mujeres y los presos, Bremer cuenta aquí la vida de Fransiska, casada con un médico al que llama Oso y de la que habla por medio de cartas que envía a una amiga. La arriesgada opción epistolar queda muy bien resuelta, en un texto realmente entretenido e ingenioso, que recibió la admiración de Charlotte Brontë, Louisa May Alcott y Elizabeth Gaskell.
“Los vecinos” (1837) es así una suerte de diario íntimo de su protagonista, de veintisiete años, y también la recreación de toda una comunidad rural –ambientada en la región de Smolandia–, y el retrato de su relación conyugal y la que mantiene con el resto de familiares, en especial su suegra, la intimidatoria baronesa Mansfelt, que tiene una forma muy particular de expresarse, con dichos y refranes. En todo ese día a día llegará un momento de inflexión que impulsará el argumento, cuando un enigmático hombre alquila una casa adyacente y su presencia desata todo tipo de extravagantes rumores, como si es un espía, un asesino o un exiliado; en todo caso, el nuevo elemento perturbará la existencia anodina de un lugar remoto que, por medio del talento de Bremer, cobra un interés y una gracia exquisitos.
Publicado en La Razón, 9-I-2020