En 1942, el mismo año en que debutaba como novelista con “El extranjero”, Albert Camus (1913-1960) publicaba en París “El mito de Sísifo”, un ensayo donde planteaba el suicidio como el único problema filosófico y gran asunto a resolver por cada ser humano. Decía, en concreto: «Es confesar que la vida nos supera o que no la entendemos»; una incertidumbre que nos llevaba a considerar que vivir, algo que jamás es fácil, afirmaba, no vale la pena. «Seguimos haciendo los gestos que la existencia pide por muchas razones, la primera de las cuales es la costumbre. Morir voluntariamente supone que hemos reconocido, aunque sea instintivamente, el carácter ridículo de esta costumbre, la ausencia de toda razón profunda para vivir, el carácter insensato de esa agitación cotidiana y la inutilidad del sufrimiento».
A Camus siempre le interesaron los personajes incómodos en su contexto espacial y temporal, esos que en la agitación cotidiana sufren, en efecto, inútilmente, por cuanto siempre hay elementos insuperables, invencibles que superar; personajes a los que les rodea la amenaza de la muerte. Si el protagonista de “El extranjero”, Meursault, era un francés argelino que había conseguido mantenerse indolente frente a una realidad que le resultaba absurda e inabordable –en una situación en que los progresos tecnológicos han apartado la importancia del hombre, que siempre se sentirá foráneo en su lugar de vida–, en “La peste” tal incomodidad vital la convertía en colectiva.
Publicada en 1947, cuenta la historia de unos doctores consagrados a labores humanitarias en la ciudad, también argelina, de Orán, en un momento en que esta es azotada por una plaga terrible. Todos los integrantes del argumento, desde los médicos hasta los turistas, son el vivo reflejo de las reacciones humanas que aparecen cuando una peste se extiende dentro de una determinada población. Es posible que Camus se basara en la epidemia de cólera que Orán padeció en 1849 tras la colonización francesa. Asimismo, se ha interpretado la obra desde los parámetros existencialistas que cuajaron en la Francia de aquel tiempo, por cuanto, al modo kafkiano, se trata de colocar al ser humano frente a la absurdidad de su identidad, de su presencia en este mundo, tan fugaz, pasajera y hasta caprichosa, pues un mal microscópico en forma de enfermedad puede arrancar la vida a cualquiera.
De manera unánime, se considera una de las novelas clave del siglo XX –diez años después el autor recibió el premio Nobel, para el cual se tuvo muy en cuenta este relato–, de modo que sus ventas son constantes. Pero nunca justamente como en estos días, pues, empujado por la psicosis del coronavirus (en el país galo ya se han superado los ciento treinta casos; hay tres muertos), el libro ha duplicado sus ventas durante las ochos semanas iniciales de este año, si se compara el mismo periodo del 2019, según Edistat, la base de datos de ventas de libros francesa. Se han vendido cuatro mil ejemplares ya, y casi la mitad durante la última semana. Algo similar a lo que ha ocurrido en Italia; según el diario “La Repubblica”, “La peste” ha visto un aumento del ciento ochenta por ciento de sus ventas en la plataforma Amazon. Un premio del destino que revitaliza la novela pero por causas aciagas, por uno de esos absurdos que puede arrancarte la vida en un instante, como le sucedió al propio Camus, al que le sorprendió un letal accidente de coche el 4 de enero de 1960.
Publicado en La Razón, 5-III-2020