viernes, 20 de marzo de 2020

Entrevista capotiana a Luis Manuel López Román


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de L. M. López Román.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Madrid, sin duda. Es el paisaje de mi vida y de mis recuerdos. El escenario por el que me sé mover con soltura y donde hasta los imprevistos me son familiares. Es el lugar que echo de menos incluso cuando viajo a los parajes más maravillosos. Es el espacio en el que se agazapan mis recuerdos, en el que puedo pasear y rememorar todo lo que fui y lo que soñé ser.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero a los animales antes que a la mayoría de las personas, sin duda. Mis tres gatos nunca me han dado motivo para recelar de ellos. Puedo echarlos de la cama veinte veces cada noche… al día siguiente siempre amanecen conmigo. Los seres humanos no tenemos esa capacidad de perdón ni esa carencia absoluta de maldad.
¿Es usted cruel?
Intento no serlo, porque las veces que en el pasado lo he sido me pesan como una losa en el corazón. No quiero cargar con más esqueletos de los que ya llevo en la mochila.
¿Tiene muchos amigos?
Depende de lo que entendamos por amistad. Si un amigo es esa persona que puedes estar años sin ver pero con la que intercambias mensajes habitualmente y que cuando se cruza de nuevo en tu camino parece que no ha pasado el tiempo, entonces sí, tengo muchos amigos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sepan medir los tiempos y los espacios. Que entiendan cuándo hay que estar y cuándo hay que dejar distancia. Que no reprochen las ausencias. Que entiendan que se puede querer en la distancia. 
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Pero también es cierto que no suelo esperar nada de nadie. Es el mejor camino para que nadie espere nada de mí. Soy muy independiente. 
¿Es usted una persona sincera? 
Tengo una cierta tendencia a embellecer la realidad o a distorsionarla a la medida de mis intereses. No suelo mentir, pero reconozco que desde niño he desarrollado una cierta habilidad de generar una visión muy personal de la verdad y la realidad.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo y escribiendo. Leyendo y escribiendo. En un bucle infinito en el que de vez en cuando pudiera insertar algo de cine o series. Por supuesto esto hoy en día para mí es una utopía. Con dos niños de uno y tres años el concepto de tiempo libre es en sí mismo una utopía.
¿Qué le da más miedo?
El fracaso. Sentir que llego al final de una etapa, o al final del camino, y nada de lo que he soñado se ha cumplido.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La crueldad. El ensañamiento del fuerte con el débil.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ser profesor. Es lo que he sido hasta el momento, compaginando con la escritura.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Aunque ahora me he alejado un poco de ello, durante años he jugado al Kin-Ball, un deporte canadiense que se practica con una enorme pelota a la que hay que golpear para intentar marcar punto al adversario. Es un deporte maravilloso, que combina una enorme exigencia física con unos profundos valores. Es mixto, y hombres y mujeres comparten el terreno de juego en posición de igualdad. Hay gente maravillosa en España jugando a este deporte y luchando por darlo a conocer.
¿Sabe cocinar?
Lo justo para sobrevivir. Pero soy de los que optaría por tomar una pastilla de nutrientes que quitara el hambre si algo así existiera.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Últimamente me fascina la figura de Indalecio Prieto, el líder socialista de principios y mediados del siglo XX. Creo que es una figura crucial de la que se conoce sólo una faceta, la de político en la Segunda República y la guerra civil. Pero hay otro Indalecio Prieto, un hombre que en gran medida fue antecesor del espíritu de la Transición, del que el gran público apenas ha oído hablar.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Niño.
¿Y la más peligrosa?
Patria.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Muchas veces. Durante unos instantes de enajenación. Por suerte, son sensaciones que se diluyen en el raciocinio.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me considero socialdemócrata, pero reconozco que estoy en constante revisión de mi ideología. Es un proceso que me ha golpeado con fuerza en los últimos años, al abrir los ojos a una realidad: los datos empíricos no daban la razón a mis pensamientos. Eso, si eres honesto, tiene que hacerte reflexionar. Yo lo estoy haciendo. Lo cierto es que con los años me he hecho menos radical y más abierto a la escucha del otro y el acercamiento a otras posturas. Y eso me ha hecho más feliz.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Hay un niño dentro de mí que soñaba con ser biólogo y rodar magníficos documentales de naturaleza. Pero ese niño se convirtió en adolescente, y el adolescente descubrió la literatura, el latín, la historia… La espina de la zoología sigue ahí clavada. Tal vez algún día la saque.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Poner por delante el trabajo a la vida familiar. Soy adicto al trabajo, es mi vicio y mi pasión.
¿Y sus virtudes?
Soy muy perseverante. No me rindo con facilidad.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Imágenes de mi niñez sin duda. Es mi paraíso perdido. No hay un solo día en el que no añore algún momento de aquellos años maravillosos. Fui un niño muy feliz, y sin duda al ver cerrarse sobre mí las aguas serían imágenes de aquel tiempo las que llegarían a mi cabeza.
T. M.