Fue ayer. Salí hacia la SER, como cada viernes, para recomendar libros en el programa de Josep Cuní. Andando, como siempre. Atravesé la ciudad fantasmal, vacía y vaciada, y me sentí por completo dentro de ese breve cuento de Ray Bradbury, inspirado en algo que le ocurrió de verdad, en que un hombre es parado por la policía simplemente por caminar. Qué está haciendo, le preguntaban. Y él contestaba: poniendo un pie detrás de otro. Uno ya es un potencial delincuente por moverse debido al confinamiento reglado, uno lleva su propio Proceso y está en el Castillo hogareño kafkianos.
El día había empezado y seguía con más pena que gloria. Hasta que en el estudio de radio entró Joan Ollé, y con él un recuerdo que coloqué en este mismo blog hace, dios mío, seis años. Al parecer, daba inicio a una nueva sección, que empezó después de que yo recomendara lecturas que las editoriales están poniendo gratis estos días para ayudar en el confinamiento viral. Y entonces vi con asombro y emoción que entraba en antena uno de los ídolos de toda la vida, Joan Manuel Serrat, y el día se glorificaba por momentos.
Al final de la entrevista al cantante, con una sonrisa permanente en mi rostro, y la emoción de recordar algo que él hizo en abril de 1999 (ahora en casa lo he comprobado) por mí y para mí (acababa yo de verle en concierto por su magistral álbum Sombras de la China en Santa Coloma de Gramanet), pude así saludarlo y contarle, y agradecerle, ese recuerdo mío (desde el minuto 13:10). Más de veinte años después, en el día en que se celebraba, como habían contado sus amigos Cuní y Ollé, los cincuenta años de su canción primaveral (dado que ayer había empezó la nueva estación) 20 de març.