miércoles, 25 de marzo de 2020

Entrevista capotiana a Nuria Álvarez de Sotomayor

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Nuria Álvarez de Sotomayor.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Elegiría una habitación con vistas (a la campiña toscana, por supuesto). Supongo que, al igual que la mayoría de los escritores, padezco cierta dosis de misantropía.
¿Prefiere los animales a la gente?
Indudablemente, prefiero un burro a un necio o un camello con joroba a uno sin ella y, en general, a las personas que aman y respetan a los animales.
¿Es usted cruel?
A veces, creo haberlo sido. De hecho, con los años, he tenido que limar mi recalcitrante humor negro asumiendo que puede dar lugar a una mala interpretación, lo que me coarta bastante a la hora de escribir. Digamos que ahora mi sentido del humor se ha vuelto gris.
¿Tiene muchos amigos?
Ignoro cuántos son muchos, pero lo que sí sé, sin ningún género de duda, es que los míos son los mejores. En este aspecto soy una privilegiada.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Busco el don de la hibernación, lo que yo denomino: “amistades congeladas”, esas a las que llamas un año después y, cuando contestan al teléfono, no te hacen ningún reproche porque saben sobradamente que el teléfono es una invención que funciona en ambas direcciones.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, porque la base de la auténtica amistad es la generosidad, lo que te obliga a aceptar que no puedes pretender que tus amigos coincidan siempre en tu mismo momento existencial a lo largo de toda una vida.  Para ello haría falta la sincronización de demasiados milagros. Si los amigos nos decepcionan, se debe normalmente a nuestro egoísmo e inoportunidad.
¿Es usted una persona sincera? 
En lo que respecta a mi vida, sí. Sin embargo y, lamentablemente, pertenezco a ese grupo de personas al que la gente se empeña en confiar sus secretos, lo que me pone en situaciones muy complicadas para protegerlos sin mentir. Las personas deberían ser más generosas con los demás y reservarse sus secretos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Disfruto mucho el tiempo que comparto con mis amigos a la mesa. Soy una amante de la gastronomía, los buenos caldos y las risas, todo junto. En solitario, me abandono a la lectura porque tengo la gran suerte de que me interesan muchas materias, especialmente la ciencia, por lo que el abanico de posibilidades es infinito. También me apasiona el cine, hay películas que he visto en más de veinte ocasiones y que, sin duda alguna, volveré a ver.
¿Qué le da más miedo?
Lo que no existe.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
No suelo escandalizarme con facilidad. Con los años asumes que el ser humano es capaz de cualquier cosa. Más bien me rebelo cuando veo que no somos capaces de abrir, disfrutar y, sobre todo, agradecer el gran regalo que la vida nos ha hecho a cada uno de nosotros, porque no va a repetirse. No entiendo cómo hay personas que pueden quedarse toda la vida en el mismo sitio, cuando les han regalado un planeta entero; me parece de muy mala educación no abrir un regalo y, por ello, me escandaliza sobremanera la arrogante afirmación: “Como en España no se vive en ningún sitio”, especialmente en estos momentos aciagos, porque el sol no se come.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Me habría fascinado ser piloto de pruebas de motocicletas y automóviles de gran cilindrada. El mundo de la ingeniería me apasiona, especialmente en este campo y en el aéreo-espacial. El sonido de un motor rugiendo es música para mis oídos y observar un avión despegando o el lanzamiento de una nave espacial tripulada tiene en mis sentidos el impacto de un milagro, será probablemente porque mi cerebro no da para tanto. También me encanta conducir, y no pierdo la oportunidad de hacerlo en cualquier automóvil que caiga en mis manos. Esta afición se la debo a mi padre, por ser la suya propia, y a todas las ocasiones en las que, desde muy temprana edad, fuimos juntos al circuito de Jerez a ver las carreras de Fórmula 1 y MotoGP. Con los años, yo la continué con mis amigos y, mientras viví en Ámsterdam, fui cada año al circuito de Assen, considerado la catedral del motociclismo. También tengo pendiente aprender a tocar la batería, creo que me desahogaría bastante, especialmente ahora que tengo que tragarme unos cuantos sapos a diario para reprimir mi sarcástico sentido del humor, ya que solía ser mi vía de escape.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, es lo primero que hago al levantarme, si no, lo voy dejando para nunca. Hago vídeos de fitness en casa porque no me gustan los gimnasios y, después, me voy a andar durante una hora a la playa. Tengo que admitir que, últimamente, estoy flaqueando, tendré que volver a mis rutinas porque practicar deporte me hace sentir muy bien psicológicamente.
¿Sabe cocinar?
Según los demás, bastante bien, además, me encanta. La cocina me permite darle rienda suelta a mi creatividad y, puesto que, por el momento, soy omnívora, no me siento limitada a la hora de inventar e improvisar nuevos platos. No soy muy de recetas, lo reconozco, supongo que, rendida, las dejé a un lado tras preguntarle a mi madre en numerosas ocasiones sobre qué cantidades de ingredientes necesitaba para un determinado número de comensales, ya que su respuesta siempre era la misma: “Depende de cuánto coman tus amigos”.  De manera que prefiero echarle un vistazo al frigorífico y combinar un poco de todo. Procuro llevar una dieta sana, equilibrada y, sobre todo, sabrosa, aunque debo puntualizar que con “equilibrada” me refiero a que no soy una loca de la dieta ni de las calorías, no al aporte nutritivo de lo que cocino.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Al Principito, su enseñanza sobre la extrema importancia de la responsabilidad personal y su demostración de que las huidas hacia adelante sólo te obligan a retornar al origen del conflicto, me resultan absolutamente fascinantes. Hace unos años comencé una maravillosa colección de las traducciones de esta universal obra. Cuando mis amigos viajan al extranjero, siempre les encargo un ejemplar en la lengua del país de su destino, de esta forma, cada ejemplar es único porque está vinculado a la vivencia personal de una persona a la que quiero, durante su viaje en un momento vital determinado.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amistad.
¿Y la más peligrosa?
Incertidumbre.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Casi a diario (soy de gatillo fácil), especialmente si cometo el error de leer o escuchar las noticias. Una gran amiga mía e inspectora jefe del Cuerpo Nacional de Policía suele decirme bromeando que yo pertenezco a ese grupo de personas a las que, por si las moscas, no convendría darle una licencia de armas. El abuso, sea quien sea la persona destinataria del mismo, su edad o sexo, es un tema que suele ponerme especialmente nerviosa. Pero, por suerte, siempre me quedan mis novelas para utilizar el denominado “método Tarantino” y cargarme hasta al apuntador si la situación lo requiere. Es muy relajante.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Esta es una pregunta divertida, especialmente porque la ineptitud y falta de escrúpulos de nuestros políticos han conseguido convertir a una persona cuya vocación eran las ciencias políticas en una ciudadana absolutamente apolítica y sin posibilidad de retorno. Me apena profundamente que un país que fue un modelo de transición tenga que sufrir la brutal decadencia y mediocridad de su clase política actual. Pero, por algún motivo que yo ya no acierto a comprender, los ciudadanos siguen ejerciendo su derecho al voto. 
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Hombre. Esta pregunta no tengo que meditarla en absoluto, la madre naturaleza no ha sido especialmente benévola con sus hijas.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El chocolate y la impaciencia. El Santo Job y yo no nos entendemos, y mira que le he dicho ya mil veces que su absurdo método de regalarme chocolate si paso sus pruebas no funciona conmigo, pero nada, ahí sigue él haciéndome participar en el Grand National a diario.
¿Y sus virtudes?
Que sé reconocer mis defectos, sobre todo, si me regalan chocolate. Con un Toblerone me doblegas.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Probablemente, ésa en la que, siendo pequeñas y estando en el jardín de nuestra casa, mi padre nos arrojaba a mis hermanas y a mí a la piscina en la absurda creencia de que aprenderíamos a nadar de manera autodidacta (porque sus niñas eran muy listas…). O tal vez aquella otra en la que, siguiendo el buen ejemplo de mi padre, fui yo quien arrojó a mi hermana pequeña a la piscina, cayéndole encima a otra de ellas, justo en el momento en el que, tras hacerse un largo buceando, pretendía inútilmente salir a coger aire. Creo que esta absurda tendencia al exterminio por accidente me viene de familia e, irremediablemente, se refleja en mis obras.
T. M.