Los impresionantes trabajos históricos de Tom Holland son de lo mejor dentro del género actualmente, como bien sabrá el lector que haya conocido lo que Ático de los Libros ha venido traduciendo de él: “Dinastía: la historia de los primeros cinco emperadores de Roma”, “Fuego persa: el primer imperio mundial y la batalla por Occidente”, “Rubicón. Auge y caída de la República romana”, y el título que más podemos asociar a este que comentaremos: “Milenio. El fin del mundo y el origen de la cristiandad”. Aquí contaba cómo los reinos cristianos fruto de la desintegración del Imperio romano prosperaron pese a estar rodeados por enemigos y con el Atlántico como frontera inexpugnable, y cómo, muy al contrario de lo que cabía esperar, todo dio paso a la forja de una nueva civilización. Holland nos llevaba a crucifixiones y a las Cruzadas, por ejemplo, para explicar el modo en que Europa Occidental se convirtió en nueva potencia expansionista, con un trasfondo donde destacaban aspectos como la Reconquista en España, Guillermo el Conquistador, el papa Gregorio, la invención de la caballería o el conflicto entre Iglesia y Estado.
Y en esa línea de intentar comprender el lejano pasado para conocer nuestro presente está este “Domino. Una nueva historia del cristianismo” (traducción de Joan Eloi Roca), en que el estudioso inglés se pregunta, como apunta en el prefacio, “cómo es posible que un culto inspirado por la ejecución de un criminal desconocido en un imperio desaparecido hace mucho tiempo ejerza una influencia tan duradera y transformadora sobre el mundo”. Para ello, en realidad, contradiciendo el subtítulo que la editorial catalana ha querido colocar en vez del original –“The Making of the Western Mind”–, dice no haber pretendido realizar una historia del cristianismo, un análisis panorámico de su evolución, sino “rastrear las corrientes de influencia cristiana que más se han difundido y mejor han perdurado hasta nuestros días”. Sea como fuere, el autor consigue transmitir la forma en que lo cristiano ha acabado empapando lo que somos y lo que pensamos.
El quid de la cuestión es el siguiente, y nunca deja de ser asombroso: “El cambio moral e imaginativo que hizo que Jesús acabara alabado como un dios por el mismo sistema imperial que lo había torturado hasta la muerte no cercenó la capacidad del cristianismo para inspirar transformaciones profundas en las sociedades, más bien todo lo contrario”. Ese elemento paradójico es clave para Holland, que lo explota a la perfección para iluminar cómo la religión cristiana en Occidente extiende su sombra en todas las vertientes humanas, incluyendo en ello campos en principio antagónicos como la ciencia y el ateísmo, pues el cristianismo ha conformado nuestra mentalidad moderna, desde parámetros morales o intelectuales. Lo pretérito, en todo caso, nos dará las respuestas debidas, y para ello el libro queda estructurado en tres partes que nos remiten: a la Antigüedad (desde la Atenas del siglo V a.C. al éxodo de la Cartago del año 632; al periodo mismo de la cristiandad (desde la Frisia del siglo VIII hasta el Leiden del XVII); y a la modernidad (hasta el 2015).
Dos mil millones de adeptos
Esta última parte, por
supuesto, es la más jugosa a efectos de nuestra actualidad, dado que aparece
tanto la defensa del amor libre de John
Lennon, que el escritor relaciona con una de las citas que le sirven de
epígrafe, esto es, «Ama y haz lo que quieras», de San Agustín, como la lucha
por los derechos humanos de Martin Luther King; surgen, asimismo, el movimiento
#MeToo, la política de Trump o el
republicanismo francés, que, en verdad, tiene profundas convenciones
cristianas. Por todo ello, es más que acertado un título como “Dominio”, al
considerar cómo, a pesar de las innumerables predicciones que afirmaban que la
doctrina cristiana estaba llamada a su desaparición, en verdad ha ido creciendo
en las últimas décadas más que cualquier religión en la historia humana,
consolidándose sobre todo en el país más poderoso e influyente, los Estados
Unidos. Aquí es la fe dominante, y en todo el mundo la profesan más de dos mil
millones de personas.
Cabe decir que el libro tiene un inicio impactante, al sernos mostrada
la forma en que surgieron las crucifixiones, a lo que le sigue una auténtica
aventura humana que tienen como punto de inflexión las escrituras judías y la
creencia de un dios “todopoderoso y de
una bondad absoluta, que gobernaba el mundo entero y mantenía la armonía del
cosmos”. Luego, vendrían
los divulgadores de las enseñanzas de Jesús, como el Pablo que se estima viajó
dieciséis mil kilómetros difundiendo la doctrina evangélica fundando iglesias y
nuevos pueblos que ganar en nombre de Cristo, siempre en condiciones
extremadamente peligrosas. “¿Cómo podía quejarse de lo dura que era su vida
cuando a su salvador lo habían torturado hasta la muerte por él? No; siguió
adelante”, escribe Holland en el capítulo “Misión”, en que aparece otro tipo de
dios extravagante, Nerón, que hizo propaganda de sí mismo desdibujando los
límites entre lo humano y lo divino”. Era el inicio de algo que sabían ambos,
el emperador y el apóstol: el hecho de que a partir de ese momento nada podía
seguir igual al alborear un mundo tocado por la divinidad.
Publicado en La Razón, 19-III-2020