jueves, 25 de junio de 2020

Entrevista capotiana a José de la Rosa


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José de la Rosa.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La cocina de cualquier casa, de la suya, por ejemplo. Es el lugar donde suceden las cosas más interesantes del mundo, incluso más que en los Mares del Sur. Donde empiezan y terminan las fiestas, donde se cuentan los secretos, a donde se llega por inercia. Y contiene dos elemetos esenciales: hay agua potable y está el frigorífico.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Menos aún la gentificación de los animales. La considero una falta de respeto hacia lo que son, hacia su esencia. Tampoco me gusta la animalización de las personas. Somos especie y somos comunidad. Me siento cómodo con mis semejantes, y cuanto más diferentes son a mí mismo, mucho mejor.
¿Es usted cruel?
Sí. Los animales no lo son, ya que hemos hablado de ellos, pero los seres humanos sí. Y yo soy muy humano.
  ¿Tiene muchos amigos?
Tantos como puedo. No me gusta aquello de que se cuentan con los dedos de una mano. Para contar los míos necesito muchas manos y muchos pies.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que piensen y sientan lo que les de la gana. Hace tiempo que desistí de buscar la perfección, las cualidades nobles, los vínculos inamovibles. Me gusta la gente, tal y como es. Como yo. Llenos de errores.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Cuando no esperas nada no existe la decepción.
¿Es usted una persona sincera? 
No. Considero que es una virtud sobrevalorada. Hay que ser íntegro, pero no me he cruzado con nadie sincero en mi medio siglo de vida. Siempre existe la mentira piadosa, y se agradece. Una vida rodeado de personas sinceras sería insoportable, a veces es mejor que nos mientan amablemente en lo que no es fundamental.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Te diría que descansando, sin hacer nada, en una arranque de sinceridad. Pero lo cierto es que mi tiempo libre siempre está ocupado en cosas pendientes, como podar plantas, arreglar cajones y hacer la lista de la compra. Nada heroico, lo sé.
¿Qué le da más miedo?
El paso del tiempo y la sensación de que me quedan muchas cosas por hacer.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me sigue escandalizando lo mismo desde que tengo uso de razón. En eso, reconozco, he evolucionado poco: el daño gratuito a los demás, la incomprensión, la intolerancia, los totalitarismos.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Habría sido carpintero. No sé clavar una puntilla en un madero, pero por alguna razón algorítmica, mis Redes Sociales siempre me muestran la publicidad de habilidosos manitas que montan un mueble bar con dos ramas de pino. Y si lo dicen las Redes Sociales...
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Desde que leí en una entrevista a Montero Glez (al que admiro con devoción) que él era el mejor cuerpo de la literatura española, decidí que no podía permitírselo. Hago deporte con asiduidad desde ese mismo instante.
¿Sabe cocinar?
Sí. Huérfano de padre y con madre trabajadora era algo ineludible. Dicen que lo hago bien. Nada de platos sofisticados. Puchero, espinacas con garbanzo (de las cosas más sevillanas del mundo), Papas con carne...
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Al duque de Saint Simon, sin duda alguna. Es un gran maestro de la literatura francesa, del que bebieron Proust y Stendhal. Un aristócrata de tiempos de la Regencia que con 40 años decidió retirarse a escribir sus memorias y falleció a los 80. Le dio tiempo a contarlo todo, con tal lujo de detalles y de forma tan magistral que es mi lectura de cabecera desde hace una eternidad.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Creo que la palabra compasión. Me gusta en todas sus acepciones, pero prefiero la budista: amor al prójimo. Es la solución a todos los males, se lo aseguro.
¿Y la más peligrosa?
Justicia. A veces confundimos la justicia con la bondad y no son sinónimos. La justicia está vinculada a la Ley, y esta la hacen personas como usted y como yo, con pasiones, recelos, cuentas por saldar.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Los he verbalizado, así es, pero nunca lo he pensado en serio. Creo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Como la mayoría, me muevo en un centro equilibrado donde haya honestidad, se cumplan los programas y se piense en el bien común. De ahí mi dificultad para para votar cuando llegan las elecciones.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un banco ubicado en un parque público con vistas a un estanque. Es donde me gusta estar siempre que puedo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Todos menos los evidente. No fumo y apenas bebo.
¿Y sus virtudes?
De estas cosas escasas resaltaría una que no sé si encaja aquí o en la respuesta anterior, y es mi absoluta perseverancia. Mi madre, de niño, decía que mis hermanos eran muy inteligentes pero que yo era muy constante. Nunca se lo tuve en cuenta.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La carta de tapas de atún rojo de El Campero (Barbate),  porque seguramente me estaría ahogando en playas del Estrecho.
T. M.