En 1972, Truman Capote publicó un
original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló
«Autorretrato» (en Los perros ladran,
Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez.
Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y
costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista
capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Arturo San
Agustín.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Sin duda
Roma. O Sóller.
¿Prefiere
los animales a la gente?
Como soy
una persona prefiero a determinadas personas. A los animales los respeto tanto
que deberían vivir en libertad. La correa es para mí una imagen de esclavitud.
Entiendo, pero no comparto la idea, que para acabar con los problemas que
plantea la soledad es útil comprar o
adoptar un animal, que unos llaman de compañía y otros, menos sensibles,
mascota. Sobre la castración de animales, no solo en perros y gatos, apenas se
habla. Además conviene no olvidar que la tenencia de animales, una moda urbana
reciente, me refiero a España, se ha convertido en un gran negocio. Para
algunos no se trata, pues, de amor sino de euros.
¿Es
usted cruel?
No, no me
considero cruel. Sí soy incapaz de callarme cuando alguien intenta someterme.
Sé que la vida es una lucha, pero yo nunca he atacado solo me he defendido. Mi
lema siempre ha sido el mismo que practicaba cierto griego clásico: camino y
olvido.
¿Tiene
muchos amigos?
Tengo muy
pocos amigos. Creo que quien presume de tener muchos amigos quizá no sabe lo
que es un amigo.
¿Qué
cualidades busca en sus amigos?
Tal vez
la lealtad. El sentido del humor, que es simplemente inteligencia, también se
agradece. Un amigo no es aquel que te consuela en los momentos difíciles sino
el que se alegra de tus pequeños éxitos. Consolar es tan sencillo como reírte
con alguien en determinados momentos felices.
¿Suelen
decepcionarle sus amigos?
Mis pocos
amigos nunca me han decepcionado porque sé cómo son y nunca he intentado
mejorarlos. También ellos saben cómo soy yo.
¿Es
usted una persona sincera?
Excesivamente.
Pero en esto no pienso rectificar.
¿Cómo
prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo y
escribiendo. Así, en este orden.
¿Qué
le da más miedo?
La
decrepitud física.
¿Qué
le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Ya no me
escandaliza nada. Además para escandalizar se ha de ser muy inteligente. Muchos
no escandalizan solo intentan llamar la atención.
Si
no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
La
palabra creatividad ya no quiere decir nada. Los únicos y verdaderos creativos
son los ingenieros. No sé, me dedicaría a viajar, que es algo que me ha
regalado el periodismo. Y entiendo que solo se viaja cuando uno busca un
objetivo. Todo lo demás es moverse.
¿Practica
algún tipo de ejercicio físico?
No.
Camino. Solo eso.
¿Sabe
cocinar?
No.
Si
el Reader’s Digest le encargara escribir
uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
De los
personajes que he conocido, Federico Fellini.
¿Cuál
es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
La
palabra esperanza es solo eso: una palabra. Yo creo en los objetivos. La vida
te enseña que no hay que tener esperanza, eso que llamamos esperanza, porque te
inmoviliza.
¿Y
la más peligrosa?
Promesa
es, para mí, la palabra más peligrosa.
¿Alguna
vez ha querido matar a alguien?
Nunca he
querido matar a nadie.
¿Cuáles
son sus tendencias políticas?
Me
considero un sencillo anarco-conservador.
Si
pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Ya no me
planteo nada. Creo que nunca me he planteado ser otra cosa que lo que soy. Y me
considero una persona afortunada. En lo importante creo que he tenido suerte.
¿Cuáles
son sus vicios principales?
El vicio,
como la virtud, son inventos religiosos. Otra cosa son ciertas conductas adictivas y
autodestructivas. Creo, pues, que no he tenido vicios.
¿Y
sus virtudes?
Tampoco tengo
virtudes. Solo intento ser coherente.
Imagine
que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían
por la cabeza?
Lo
primero que pensaría es por qué no aprendí a nadar.
T. M.