Como escritor de un
realismo tan social como crítico, Juan Marsé destacó por ser un notable
inventor de caracteres, un escritor que reprodujo tipos humanos mediante su
caudal de personajes, instalados tanto en el ambiente del barrio más humilde
como el de la burguesía catalana. Su primer éxito narrativo, “Últimas tardes con
Teresa” (1965), fue el conducto para realizar una sátira sobre el señoritismo
de los años sesenta y las clases burguesas barcelonesas. En ese entorno, un
trepador, un caradura y ladrón salido del barrio periférico del Carmelo, un
charnego canallesco, pretende ascender en la escala social aprovechándose de la
ingenuidad de una bella muchacha.
Marsé conocía bien esos
ambientes acomodados desde joven, en buena parte por estar próximo a escritores
de clase desahogada, como queda patente si uno lee el reciente “Cuando editar
era una fiesta. Correspondencia privada”, de Jaime Salinas, gracias al cual se
capta de modo formidable cómo se movían ciertos escritores burgueses catalanes
con anhelos progresistas. Carlos Barral, José María Castellet o Jaime Gil de
Biedma, quien le dedicó el poema “Noche triste de octubre, 1959”, eran algunos
de ellos. Con este último Marsé tuvo una estrecha amistad, y algo de ello se pretendió abordar en la película “El cónsul de Sodoma” (2010), basada en la biografía escrita por Miguel Dalmau, titulada “Jaime Gil de Biedma. Retrato de un poeta”. Marsé –que salía interpretado en el film– reprochó en su momento al biógrafo y al cineasta (Sigfrid Monleón) que hubieran puesto tanto énfasis en el comportamiento homosexual de Gil de Biedma y en general dijo que aquel trabajo era poco menos que infame, toda “una ofensa a la memoria del poeta por su
estupidez y su grosería, algo que va más allá de su absoluta insolvencia
cinematográfica”.
Era su forma de
defender a su gran amigo, que aparecía un día de 1965, en el mencionado libro
del hijo de Pedro Salinas, en estos términos: “Anoche fui a cenar con Jaime G.
y Juan Marsé (los inseparables)”. Asimismo, entre otras ocasiones, también
aparecían en las últimas páginas, cuando el legendario editor de Alianza, Alfaguara,
Aguilar y Seix Barral caminaba por la calle Balmes de Barcelona y pasaba por
delante del bar Cristal, donde se reunía para tertuliar entre estanterías
repletas de libros –el local abrió en 1952 y se clausuró en 2002– el grupo de
amigos formado por Gabriel Ferrater, Castellet, José Agustín
Goytisolo, Manuel Vázquez Montalbán y, por supuesto, Marsé y Gil de Biedma.
Salinas entonces seguía caminando y se encontraba con un conocido que le
describía el estado de salud del poeta: “Una degradación física y moral total”.
Alertado, fue a verlo al día siguiente, aunque no lo encontró tan mal, si bien
notaba que su voz había perdido todo su antiguo brillo y era lenta y monocorde.
“Al despedirnos sonrió y esa sonrisa sí era la suya de siempre”, añadía
Salinas, que pocas líneas abajo citaba al matrimonio Marsé, que a sus ojos, por
algún motivo no especificado, rebosaba alegría. Una situación que iba a cambiar
de modo fulminante, pues el novelista vería cómo su amigo moría finalmente
pocas semanas después, por culpa del sida.
Publicado
en La Razón, 20-VII-2020