viernes, 20 de noviembre de 2020

Del turismo de las cloacas al turismo confinado

Según Arthur Schopenhauer, nuestra existencia se mece entre la necesidad y el tedio, y lo que da en llamar «la vida nómada», que caracteriza al grado más bajo de civilización, en un momento dado afloró en el más alto «merced al fenómeno del turismo, que hoy todo el mundo practica». El nomadismo, así, habría surgido espoleado por la necesidad; y el turismo, empujado por el tedio. Y quién puede cuestionarlo, pues el turismo es la gran respuesta moderna al ansia de curiosidad y entretenimiento del ser humano. Eso podríamos relacionarlo con el modo en que el turista es tratado a veces de forma despectiva; lo señaló el recién desaparecido Javier Reverte, al explicar cómo algunos que se autodefinen como viajeros miran por encima del hombro a los típicos turistas, cuando en realidad la palabra proviene del francés, “tour”, que significa “vuelta”, simplemente; y justamente tal cosa somos todos, decía, gente que da vueltas por el mundo de un modo u otro.

Apuntamos estos detalles para introducir uno de los libros del año, el extraordinario «El selfie del mundo. Una investigación sobre la edad del turismo» (traducción de Xavier González Rovira), aparecido en Italia en 2017 y que su autor, Marco d’Eramo, acaba de revisar para una nueva edición que tiene en cuenta este planeta pandémico que tanto está afectando a su objeto de estudio. Un análisis riguroso, inteligente, ameno de lo que de repente se nos aparece como la actividad clave humana en el presente y que tantos palos toca: el económico, el cultural, el urbano, el político. El contraste con el ayer y el hoy resulta contundente: toda ciudad, no digamos las más célebres y visitadas, por el confinamiento –se colige de los primeros párrafos que D’Eramo escribió tal cosa la pasada primavera– es un desierto… deprimente y a la vez soñado por el turista por su carácter “intacto”, por más que sea fugaz.

Así las cosas, “la ciudad que hemos entrevisto durante el confinamiento hace realidad el sueño de todo turista: el de visitar un lugar por fin sin turistas, es decir, en definitiva, sin ellos mismos. La ciudad que el virus ha vaciado se asemeja a la incontaminada playa caribeña de los folletos”. Un lugar inalcanzable, que aún afianza más nuestra mirada sobre nuestra propia ciudad, que es eminentemente turística, apunta el autor. “No sólo eso: la aglomeración vaciada por el virus es una ciudad muerta: es una no-ciudad: las persianas están bajadas, las reuniones prohibidas, las interacciones borradas. Sólo los sintecho ocupan las aceras; también duermen de día. Flota una sensación de abandono, como si un flautista de Hamelín se hubiera llevado tras de sí a todos los habitantes”. Este es el tono agudo y sugerente de un D’Eramo, formado en los campos de la física y la sociología –si bien ha desarrollado su trabajo sobre todo en el periodismo–, que asegura, y demuestra, cómo el turismo es en la actualidad la industria más importante de este siglo.

La industria del siglo 

Lo prueba mediante números (tal industria suponía 8.800 millardos de dólares en 2018, el 10, 4% del PIB del mundo), explicando su vinculación estrecha con los medios de transporte o la especulación inmobiliaria, pero también denunciando sus partes oscuras, pues al precisar una infraestructura tan pesada, el turismo es asimismo la industria más contaminante. Incluso llega a comparar su incidencia política con otros acontecimientos señeros en la historia; por ejemplo, la caída del Muro de Berlín vino precedida por la decisión de las autoridades húngaras de eliminar las barreras de su frontera con Austria: en ese momento, trece mil turistas de la Alemania del Este pasaron las aduanas, lo que arrastró al gobierno a otorgar permisos para pasar a Occidente tras recibir decenas de miles de solicitudes de visados turísticos. Sólo dos años después, ya era irreversible la caída de la Unión Soviética.

Esta parte amable del turismo, que abre antiguas separaciones, contrasta con el “terrorismo turístico”, que se manifiesta matando a turistas, por un lado, y destruyendo atracciones turísticas, por otro. Pero, al margen de estos elementos de la actualidad –D’Eramo ha escritor otros ensayos sobre la sociedad moderna, como “La imaginación sin poder, mito y realidad del 68” o “El chamán en helicóptero: para una historia del presente”–, son interesantísimas las partes en que conocemos el origen en el siglo XVI de lo que más tarde sería el Grand Tour –un largo viaje por Europa que duraba meses–, pensado para los descendientes de la nobleza, o los primeros cruceros, a raíz de la revolución técnica y las comunicaciones. Lo cual llevaría a la “revolución del tiempo libre” en el siglo XIX, el surgimiento de las guías turísticas, o los primeros lugares de interés indudable, en aquellos tiempos, como las cloacas de París, las cárceles, los jardines zoológicos o humanos (léase a personas indígenas americanas a modo de exposición; no en vano, se anunciaban en las Exposiciones Universales) y hasta las morgues. Algo que D’Eramo compara ingeniosamente con cosas actuales como mirar “reality shows” ocurridos en lejanas islas o series televisivas llenas de cadáveres y forense.

Publicado en La Razón, 14-XI-2020