En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de F. David Ruiz.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás
de él, ¿cuál elegiría? Esta es una pregunta de cuya
respuesta suelo hablar con frecuencia: soy un cordobés que vive en Granada y a
quien le gustaría acabar en lo que los gaditanos llaman Cádiz-Cádiz, es decir,
la parte de la ciudad que queda de Puerta de Tierra para adentro. Lo sé desde
que vi aquella escultura que los gaditanos pusieron a Fernando Quiñones muy
cerca del faro de la ciudad. Está como absorto en la luz.
¿Prefiere los animales a la gente? Me
gustan las personas. La gente es la palabra que usamos para definir a
todas aquellas personas que nos son ajenas. Y me gusta tener conmigo a Argos,
mi perro, pero si tengo que priorizar, claro, pongo por delante a quien conmigo
va, que decía Antonio Gala.
¿Es usted cruel? Pongo toda mi voluntad y
todo el corazón en no ser cruel.
¿Tiene muchos amigos? Según mis redes sociales,
unos cuantos cientos. Según la mesa para cinco de los sábados, unos cuantos
cientos menos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que
traigan vino y verdad. La vida y la amistad llegan con ambas.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Fíjese
que creo que por falta de tiempo y
organización el que acaba por decepcionar a la amistad suelo ser yo.
¿Es usted una persona sincera? Todo sinceridad.
Otra cosa es que la gente escuche lo que quiere escuchar.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Cuando
lo tengo, de librerías. En Granada todavía tenemos suerte con eso, puede uno
darse un paseo y charlar con buenas libreras.
¿Qué le da más miedo? En este momento sería una
trivialidad responder a esta pregunta sin decir lo obvio: me da miedo perder a
los míos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La
falta de empatía.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Pues sin duda, profesor.
Pero eso también lo soy y me requiere altas dosis de creatividad.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Tengo
un entrenador que dice que tengo mucha fuerza de voluntad. Pero desde el minuto
uno estoy siempre deseando volver a casa.
¿Sabe cocinar? Adoro la cocina y las
tiendas de utensilios de cocina. Fascinación absoluta, oiga.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de
esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Tengo
cierta obsesión por Gustav von Aschenbach de La muerte en Venecia, pero
también por Mrs. Dalloway de Virginia Woolf. Y ahora que lo pienso,
hasta encuentro puntos de unión.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Educación.
¿Y la más peligrosa? Para el poder, también
educación. Para todos los demás, fascismo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Soy un
hombre de palabras.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Aquellas que buscan el respeto, la igualdad, la diversidad y defienden la
memoria para entender un presente lleno de matices.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un
pendiente en oro perdido en el Florida Park.
¿Cuáles son sus vicios principales? Cuando
estudiaba en la facultad dije que quería un sueldo para vino y libros. La
moderación la guardo solo para el vino (quizá porque lo traen los amigos).
¿Y sus virtudes? Qué ordinariez sería venir
aquí a contar mis virtudes.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Una
habitación con dos camas de un piso pequeño donde dormía con mi abuela. Mi
abuela. Mi madre. Mi padre manchado de polvo. Mis hermanos muy pequeños. Y
algunos amigos buenos.
T. M.