Un gran esfuerzo literario de protagonismo coral, con seis personajes a los que seguiremos a lo largo de cuatro días, repartidos en las cuatro estaciones del año desde el verano, en los años 2015-2016. He aquí la obra mastodóntica de Céline Curiol (Lyon, 1975), corresponsal en Nueva York para medios franceses durante más de diez años, donde también fue empleada en la ONU, y a la que conocíamos desde que publicó su primera novela, Voces en el laberinto, que tuvo edición española en el 2006. Sin embargo, aún no se habían traducido sus libros posteriores, tanto los de ficción como otro en que incursiona en la experiencia de haber padecido una depresión.
Esta vez, con Las leyes de la ascensión, lleva a cabo un gran desafío narrativo, abierto con una maravillosa cita de Walden, de Henry David Thoreau: “¿Podría ocurrirnos un milagro mayor que el de, durante un instante, ver a través de los ojos de otro?”. De hecho, es el lector el que podrá ponerse en la piel de, para empezar, una periodista de cuarenta años, sin hijos y con una relación sentimental acabada recientemente, que trabaja para un sitio web de noticias de un canal de televisión (Orna), y que siempre está preocupada por el hecho de que en su ámbito se anteponga la audiencia a la calidad informativa.
Asimismo, tenemos a su hermana, una profesora universitaria ubicada en Dubái y experta en temas ambientales (Sélène) que no puede más que considerar como un mundo artificial el país al que se ha tenido que trasladar, marcado por la falta de libertades que allí impera y cómo son explotados los trabajadores foráneos; también, a un psiquiatra parisino que tiene entre sus pacientes a Orna (el doctor Pavel), que se acaba de divorciar y es padre de una chica que cursa bachillerato; a un senegalés de sesenta años (Modé) que trabaja para una asociación, escribe poesía y que pronto se verá abocado a una jubilación que le asusta; a una joven de veinte años de conducta algo rebelde (Hope) que trabaja para una compañía tipo Amazon, cerca de Orleans, después de haber abandonado los estudios; y a Mehdi, hijo de una empleada de Pavel que está tendiendo al radicalismo islamista.
Las acciones y pensamientos de todos ellos llevarán a que tengamos que posicionarnos frente a los diversos dilemas que se irán presentando. El primero de ellos surge al inicio, cuando Orna llega a su casa después del trabajo y encuentra a un hombre herido al pie de su edificio, un migrante tunecino, Macef, y se plantea si y cómo habría de ayudarlo. Todo sucederá en la novela en el distrito XX de París, en el barrio de Belleville –en la nota de agradecimientos finales se menciona a sus habitantes–, con referencias al atentado terrorista de la sala Bataclan. Sus vidas se irán cruzando, por supuesto, algo que Curisol consigue con notable destreza, aunque a algunos lectores pueda abrumarles una historia de tamaña dimensión y por lo prolijo de tal entrecruzamiento de personajes, el cual se va dando, por ejemplo, cuando Orna acude a la asociación de Modé para intentar localizar al pobre hombre con el que se había tropezado.
Con todo, a otros muchos les encandilará cómo la autora francesa es capaz de incluir en su relato una gran vivacidad y variedad de caracteres humanos y puntos de vista narrativos, para acabar hablando de mil temas importantes para hoy y para siempre. Entre ellos, se encuentran nuestro sistema económico y capitalista, el cambio climático, los inmigrantes, la precariedad laboral, la vida en pareja y los sacrificios que esta puede conllevar, o las responsabilidades que tenemos que asumir como ciudadanos, mecidos entre un instinto individualista y los elementos de solidaridad que nos forman como civilización. Al cabo, ¿qué tipo de ascensión experimentarán los personajes? Se diría el que tiene que ver con irse encontrando a sí mismos.
Publicado en Cultura/s, 12-VI-2022